No importa lo que haga, Nairo Quintana parece condenado a padecer el mal eterno de todos los ídolos colombianos: la crítica implacable.
Las recibió siempre que no pudo vencer a Chris Froome en el Tour de Francia y cada una de las veces en las que no se coronó campeón en las carreras que disputó.
Como si el ciclismo actual fuera un deporte que pudiera dominarse en una especie de monarquía, como sí lo han hecho Usain Bolt, en atletismo, o Roger Federer, con el tenis en los años de su plenitud deportiva. Como si el solo hecho de estar siempre compitiendo por los puestos de adelante, con los favoritos, no fuera suficiente grandeza.
Las últimas críticas al boyacense aparecieron el fin de semana tras la última etapa de la Vuelta al País Vasco, carrera en la que, sin ser líder, finalizó en la quinta posición de la clasificación general.
Una semana antes, sin ser líder, finalizó segundo en la Vuelta a Cataluña. El campeón fue el líder para el que trabajó el escarabajo colombiano, Alejandro Valverde.
En ambas competencias Nairo adoptó un rol al que los aficionados colombianos no estábamos acostumbrados. Mucho menos en las carreras que sirven para adaptar el ritmo para los grandes retos del año.
Desde 2013, cuando Nairo pasó de ser gregario de Valverde en el Tour de Francia y se convirtió en un joven capaz de plantarle cara al gran Chris Froome que ya empezaba su dominio en territorio galo, en Colombia nos acostumbramos a un Nairo indiscutible como líder.
Era el Nairo revelación que llevaba un calendario diferente al del otro líder, Alejandro Valverde, y que siempre luchaba por el título. Algunas circunstancias, como el error de no ir adelante en una etapa plana en 2015, en la que el viento cortó al pelotón y le cobró un tiempo que definió al campeón, le impidieron lograr su objetivo de coronarse en el Tour.
En sus intentos, Nairo se ha adjudicado las otras dos grandes, La Vuelta a España y El Giro de Italia.
Pero en el camino, el escalador criollo se encontró con un rival estratégico. Mientras Nairo, cargado de juventud, se apuntaba títulos en las carreras preparatorias, Chris Froome se dosificaba y se enfocaba en el Tour como único objetivo. En la recta final, con la proximidad del reto, aparecían una que otra victoria.
Los años han pasado y por primera vez Nairo parece haber adoptado una estrategia parecida. Sus actuaciones en 2018 distan de lo que fue su 2017, en el que incluso intentó ganar Giro y Tour.
Su presencia en Cataluña y el País Vasco demuestran dos apuestas del colombiano. Por un lado, dosificar las piernas e intentar aplazar los tiempos de sus plenitud para julio. Y por otro, ganarse a los otros dos líderes del equipo, Valverde y Mikel Landa, para que potencien su objetivo en Francia y no terminen convertidos en otros oponentes más.
La relación de Nairo y Valverde ha sido colaborativa en el pasado, pero Landa amenazó con disputarle el liderazgo en el Tour, por lo que una rivalidad mayor con el español podría jugarle en contra.
Muchos hablan de que el fenómeno de Nairo Quintana se reduce prematuramente. El mismo Unzue, director deportivo de Movistar, dijo en 2017 que quizás el colombiano maduró y llegó a su adultez deportiva demasiado rápido.
El reto de Nairo es demostrar que, con 28 años, su carrera apenas llega a la plenitud. Tendrá que enseñarlo este año en el Tour de Francia. Pero antes, las críticas a su apuesta sobran. Llegará julio, partirá la carrera y los resultados hablarán solos.
Comentarios ()