Vino desde Momil (Córdoba) el joven poeta Naiver Urango (1990) con su poemario “Diario de un poeta remanente”, que ganó en 2012 el Premio Nacional Manuel Zapata Olivella, en el género de poesía.
Este ser sencillo, humilde y sensible que es Naiver ha logrado un libro en el que resuena su visión del mundo, del amor y la muerte. Esta es su música:
“Conservo en mis manos/ el ardor vaporoso de la soledad./la caricia de una lluvia de domingo/ tu rostro, ah, tu rostro/ como suspendido sobre aguas temblorosas/ y tus ojos que en nada se parecen a la muerte”.
“Llevo en mi pecho el grito de Hamlet/ el silencio holgado de los años/ la luz que inusitadamente me guía/
Anudo a mi cuello la corbata prestad de la infancia/ estos labios -preñados de dardos-/repitiendo absurdo/ tu amor no lo es, y lo es todo/”.
“A uno se le va el amor/y llega un momento/ en que no quiere juntar más silencios/ ni atrapar más bostezos/ entre el callejón de las manos”.
Señales del poeta
Naiver Urango estudió primaria y bachillerato en la Institución Educativa Francisvco José de Caldas de su pueblo natal y en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia de Licenciatura en Etnoeducación. Participó en estos días en el Parlamento de Escritores de Colombia en Cartagena, y especialmente en el Parlamento Joven, y su poesía impactó entre la audiencia por su intensa y bella honestidad creadora.
“Lo primero que llama la atención al leer estos textos poéticos de Naiver Urango es la prodigiosa sencillez con que deja fluir sus reflexiones y sus indagaciones, la rica verbalidad descriptiva y la perfección formal de cada verso, de cada estrofa, de cada uno de sus silencios. Es un poeta que recrea el cuerpo amado con el mismo sobresalto cuidadoso con que lo palpa en el recuerdo o lo acaricia en la realidad, con la misma delicadeza con que lo reconstruye detalle por detalle y le da vida perpetua en el milagro de la palabra.
“El diario de un poeta remanente”, es un libro impecable, donde no se aloja un solo lugar común, compuesto con una orfebrería esplendente que fosforece en cada página y estremece al lector, quien al final de la obra se queda inmerso en un silencio gozoso merodeado por soliloquios de fascinación y de asombros”, ha escrito el poeta José Luis Díaz- Granados en el prólogo.
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