En junio de 1983, cuando había leído con voracidad todo lo que Gabriel García Márquez había publicado hasta ese entonces, pude por fin ver en persona a quien 6 meses antes había recibido en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura.
Fue en el Centro de Convenciones, en la cumbre de cancilleres de Iberoamérica, organizada en Cartagena dentro del programa de celebración de los 450 años de fundada la ciudad, al término de la jornada inaugural.
Cuando todos estaban saliendo del Auditorio Getsemaní, vi a García Márquez rumbo a las escaleras que dan al primer piso y corrí a darle la mano.
–¡Maestro! –le dije con el corazón saltándome en el pecho.
Entonces se dio la vuelta, me miró y me dijo una frase que en ese momento me pareció la más trascendental del mundo:
–¿Qué ha habido?
Esa noche, en la explanada de la Alcaldía, frente al Muelle de los Pegasos, volví a verlo a unos metros, antes de que se bajara con Obregón, a confundirse con la multitud que asistía y bailaba en la fiesta más grande que he visto en Cartagena.
Casi diez años después, cuando vino a darle una mano a don Víctor Nieto en el Festival de Cine, García Márquez ofreció una rueda de prensa a la que asistí con entusiasmo. Ese día, sacó del bolsillo una libreta de teléfonos oscura y comenzó a pasar las páginas mientras decía:
–Robert Redford y Coppola están ocupados en esta época. Mejor llamemos a Rubén Blades para que venga unos días.
A finales de septiembre de 1994 recibí una llamada de Jaime Abello Banfi, a quien había conocido cuando era gerente de Telecaribe.
–Te voy a pasar a Gabo que quiere decirte una cosa -me explicó escuetamente.
García Márquez me informó que se iban a reunir varios periodistas a hablar sobre la creación de una escuela de periodismo en Cartagena y que me invitaba a una reunión de tres días.
–Pero no puedes salirte a mitad de la reunión para ir a cerrar el periódico –me advirtió Jaime Abello cuando Gabo le pasó de nuevo el teléfono.
En esos tres días, aprendí más sobre periodismo que en toda mi vida.
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No hay un método específico para identificar, en un acontecimiento, la historia periodísticamente aprovechable.
-Lo que para ti es interesante, es interesante para la gente, le dice García Márquez a Raymundo Alvarado, sobre una mesa repleta de botellas de agua cristal con tapa azul.
Un día antes, reveló que el nombre de un personaje que aparece en su reportaje sobre Caracas sin agua, lo tomó del celador del edificio donde vivía.
-¿Entonces no es cierto que se afeitaba con jugo de durazno en vez de agua?- pregunta Ernesto McCausland.
-Eso es una metáfora, le contesta el escritor, que carga un entusiasmo a punto de reventarse en su atuendo blanco.
No es una discusión formal sobre la ficción y la realidad estricta en el reportaje periodístico, pero aporta más.
Usted puede optar, como reportero que narra un hecho, por retratar fielmente cada elemento de la historia, sin cambiar ninguno, o puede tomar la médula del asunto y la metáfora que la haga más intensa, siempre y cuando mantenga el eje.
Entendemos que uno puede dibujar la desesperación de una tragedia, sin enumerar el número de heridos, las magnitud de las pérdidas o las estrategias que se aplicarán para superarla.
Uno puede percibir el verdadero grado del drama y hacerlo vivir a los lectores a través de la metáfora.
Probablemente se conmueva más y no se le estará mintiendo. El lector sabrá que la tragedia es real, que golpea, que sobrepasa la forma de unas cifras vacías y un recuento sin alma de amarguras.
-Estoy convencido de que el periodismo es un género literario -dice García Márquez poco después de finalizar el segundo taller preliminar, que definió los rumbos a una escuela para enseñar a recuperar la vocación.
¿Por qué esa distancia entre los periodistas y el oficio de narrar?
Se escucha un testimonio:
-Invertimos mucho tiempo en aprender las técnicas del computador que cada día son más sofisticadas.
Tras una corta discusión, entrecruzamiento de frases que alguien de afuera no entendería, estamos convencidos de que si los dueños de los medios invirtieran en la capacitación de los periodistas tanto como en los adelantos tecnológicos, el oficio tendría un aliento rejuvenecedor.
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La entrevista se convirtió en un genero odioso para García Márquez.
Juan Gossaín está experimentando una disminución drástica de las entrevistas en su espacio noticioso.
El Nobel colombiano es uno de los que más sufre por ese afán desmesurado de hacerle preguntas, que les acomete a todos los periodistas.
-Yo creo que una buena entrevista no debe tener más de tres preguntas. Lo que pasa es que los reporteros piensan que sería un desperdicio dejar pasar la oportunidad de hacerle todas las preguntas posibles al personaje que tienen enfrente. Entonces preguntan necedades- dice García Márquez.
Hay una verdad irrebatible: mientras más corta y sustanciosa sea la entrevista que se quiere lograr, más tiene que prepararse el periodista para confrontar al personaje.
A García Márquez le preguntan cada rato cuántos libros ha escrito y cuál es el más importante de ellos.
-Pero hay otro extremo, el periodista sabio, el que diserta en cada pregunta y al entrevistado no le queda más remedio que responder con monosílabos -interviene Juan Gossaín.
El escritor y periodista argentino Tomas Eloy Martínez cree que la entrevista, tratada en su formato de preguntas y respuestas, es un atajo para trabajar menos, es la herramienta de los perezosos.
La idea, sin embargo no es prescindir de ella como género, sino revaluarla, que sea concreta y enérgica, que metida en una narración de ambiente y en una descripción del personaje, se vuelva un clímax repetido, adquiriendo así su verdadera esencia.
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Pero a veces la interminable cadena de preguntas esconde una trampa.
A veces un periodista está dialogando con García Márquez sobre la escuela de periodismo -o taller de periodismo, como el prefiere llamarla- y la cuarta pregunta lleva la intención de hacerlo opinar sobre la situación de orden público del país, fingiendo que se habla de la misma cosa.
-Yo los contraataco -dice el escritor.
Es cierto, cuando la pregunta se sale del contexto, directamente les dice que eso no tiene nada que ver con lo que estaban hablando y corta el diálogo de inmediato.
Esa táctica periodística es infantil y ningún entrevistado con tres dedos de frente caería en ella, por más distraído que sea.
Hay otras que unánimemente son calificadas de abominables, como grabar sin que el personaje se dé cuenta, utilizar comentarios off the record en un artículo, mirar papeles sin autorización, robar documentos.
La ética es un gran motivo de preocupación y para todos es un tema sobre el que debe ahondarse siempre.
La coacción llega en forma de pequeños regalos a los redactores, en invitaciones de apariencia inocente, en sutiles sugerencias de los directivos, en ofrecimientos directos.
No hay sino un camino: desterrarla de inmediato, convertir la ética en obligatorio elemento de trabajo.
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-Hay que meter fotos más grandes en las páginas de los periódicos -dice García Márquez.
-Yo no entiendo por qué a la imagen se le da un tratamiento de segunda en los diarios - complementa Tomás Eloy Martínez. Hay que convencerse del valor propio que tiene como noticia, como elemento noticioso. Uno ve instantáneas de personajes, de reuniones, de acontecimiento, captadas deliberadamente para hacer compañía a un texto y no con el criterio de convertirse en testimonios o en elementos narrativos por sí mismas.
Tomás Eloy Martínez fue cofundador del Diario de Caracas y en una ocasión encargó al fotógrafo tomar la presentación al público del nuevo gabinete presidencial. Los ministros se colocaron en fila frente al palacio de gobierno y al reportero gráfico se le ocurrió que sería mejor tomarlos de espalda y mostrar a sus colegas de frente, disparando sus cámaras. La novedosa variación del punto de vista resultó más creativo de lo esperado: se veían todos los ministros con las manos en la espalda, portando cada uno un vaso de whisky.
El caso es que la mayoría de los periodistas no desarrollan una concepción visual de la noticia, no piensan en su trabajo con imágenes.
Pocos reporteros tienen claro que es lo que desean como apoyo fotográfico para sus historias. Y en esas condiciones, no pueden exigir que los fotógrafos muestren lo realmente noticioso.
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-No hay noticia completa sin un buen título -sentencia José Salgar y saca de su carpeta varios recortes de periódicos, donde hay titulares de toda clase.
Hay uno que llegó al extremo de la ramplonería: para reseñar un sismo de gran intensidad que azotó a México, el título ocupa seis columnas con la frase TERREMOTO en México, pero la palabra terremoto no sólo está en altas, sino que por un efecto especial, tiene forma quebrada, como las paredes de las casas que son afectadas por estos fenómenos telúricos.
Hay otro de un periódico francés para registrar que el ciclista Lucho Herrera, tras una actuación extraordinaria en Los Alpes, falló en la etapa siguiente:
Herrera humanum est.
El “mono” Salgar piensa que el afán de hacer juegos de palabras o juegos humorísticos con los títulos, no debe ser más importante que resumir con ellos la médula de la información.
-Los titulares creativos e ingeniosos deben buscarse, pero cuando no salen, lo mejor es optar por lo obvio -dice Salgar.
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