Cultural


César Bertel, las acuarelas no están en cuarentena

César Bertel sigue en su trabajo creativo en su taller de Bogotá y comparte su visión de esta encrucijada que vive la humanidad.

GUSTAVO TATIS GUERRA

08 de junio de 2020 09:50 AM

César Bertel (Cartagena de Indias, 1957) dice que las acuarelas no están en cuarentena. Desde que empezó el confinamiento, él siguió en su trabajo creativo en su taller de Bogotá y compartió su visión de esta encrucijada que vive la humanidad. El artista cartagenero integra la Muestra Panamericana de Acuarelas, en la que participan también Gilberto Valencia, Néstor Loaiza, Edgardo Bello, Diana Mesa, Mario Malabet, Antonio Patiño, Jairo Rincón, Luis Fernando Echeverri, Miguel Ángel Gélvez, María del Pilar Zea, entre otros.

César Bertel no solo prosigue la rica tradición de la acuarela que comenzó en la primera mitad del siglo XX el gran artista cartagenero Hernando Lemaitre, de la mano de su maestro español Salvador Pastor Calpena, sino que continuó estudiando el desarrollo mundial del fenómeno de la acuarela en occidente y oriente.

César Bertel, las acuarelas no están en cuarentena

Acuarela de Bertel.

Los paisajes de César Bertel no son convencionales.

Ha sido innovador en propuestas de enfoque, en nuevos formatos y en técnicas que enriquecen el desarrollo de la acuarela en Colombia ante el mundo.

Ha sido en esta última década tal vez el más fecundo acuarelista colombiano que desnudó, mucho antes de que se iniciaran los incendios y las terribles alarmas ambientales en el planeta, la irreversible devastación de la selva y la destrucción de la naturaleza en manos del hombre. Bertel cree que la epidemia que enfrenta el mundo desde comienzos de este 2020 es hija de la depredación y el abuso del ser humano, quien ha sido el arquitecto de sus propios desastres.

Bertel vivió quince años en la selva y atesoró más de quince mil fotografías diurnas y nocturnas, terrestres, aéreas, y a flor de agua. Esa vivencia entre Nariño y Putumayo le permitió ser el guardián de una memoria natural, a la que no ha dejado de regresar. Cada vez que regresa, el contraste de las primeras imágenes es desolador, porque es como si recorriera un paraíso que ha sido extinguido por la codicia y la impiedad humana. Los caminos de la selva que él recorrió hace más de veinte años han desaparecido. Y los nuevos senderos que encontró hace poco también han sido devastados.

La suya ha sido la peregrinación obstinada de un explorador insaciable.

César Bertel, las acuarelas no están en cuarentena

Acuarela de César Bertel.

Las criaturas del agua y el cielo

El colibrí es un pájaro emblemático en la obra de Bertel.

Un pájaro que, para las culturas indígenas del Sinú, México y Guatemala, es criatura sagrada. No solo es un mensajero de los dioses del cielo y la tierra, sino que es una deidad que tiembla en el aire y anuncia una promesa en la tribu. (Lea también: Un colibrí llega para que Bertel lo pinte)

Además del colibrí, Bertel ha trabajado diversas versiones de la selva, después de su gigantesca Pachamama, la más grande acuarela del mundo, que tiene doce metros. Pero más allá de batir un récord, la acuarela de este cartagenero es cada vez una obra en constante búsqueda de decantación y perfección. La selva pintada por él es un reino habitado por una exuberante fauna y exótica flora. Bertel ha pintado el arco iris que se derrama en la selva, pero también la vegetación incendiada y amenazada. Y donde hay paraísos amenazados y contaminados, hay criaturas amenazadas y contaminadas. Pájaros y seres humanos. Flores y guardianes de la tierra que tejen su cosmogonía con sabidurías ancestrales. Esa sabiduría los convierte en guardianes de la tierra, de los ríos y los mares, pero también en guardianes de las criaturas celestes como el colibrí o como animales sagrados como el jaguar o la anaconda.

Bertel ha estudiado esas culturas.

Sus acuarelas son un soplo de humanidad, y una ofrenda de alianza entre el hombre y la naturaleza. El infierno de las pandemias nace de la depredación, cacería, consumo y comercio de animales salvajes, pero también de las reservas naturales contaminadas y saqueadas. El corazón de las aguas. El aire y la tierra. La naturaleza gime en silencio. Crea antídotos aferrándose a la vida, y ante el dolor que el hombre ha sembrado en sus entrañas, ha batallado consigo misma, intentando transformar su propio dolor en vegetación, en canto de pájaro, en cadencia de luz y floración, pero los destrozos a la madre tierra han sido irreversibles y se expresan también en forma de contagios y en virus cada vez más resistentes ante la embestida humana.

Bastaría asomarse otra vez a esos reinos ahora deshabitados por el hombre para descubrir el brillo de un antiguo esplendor en medio del desastre.

Bertel dibuja esas nuevas realidades de la contingencia contemporánea.

El colibrí aletea como un sagrado y minúsculo tesoro del aire, que sobrevive para llevar en sus alas, las noticias invisibles de una promesa olvidada.

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