Marcial Ruiz Pérez perdió la cuenta de cuántos barcos ha hecho en la vida. No precisa el momento en que empezó a armar pieza por pieza, una carabela del siglo XVI, y desde qué instante de su vida, aquello que parecía una distracción de solitario y una nostalgia de una infancia frente al mar, se convirtiera en una forma de vida.
Todas las mañanas se encierra en un pequeño gabinete de constructor de barcos en Las Bóvedas, en San Diego, como si descendiera al fondo del mar, con su escafandra de explorador de criaturas abisales. Marcial fue oficial de cabotaje de la Escuela Náutica Pesquera del Sena, obtuvo una licenciatura de capitán de remolcador de altura, pero luego se retiró de aquello que era una obsesión. Llega a las nueve de la mañana, puntual a la cita que ha establecido desde hace más de veinte años, y se sienta a armar pequeños y medianos barcos antiguos.
Cuando hizo el primer barco, un extranjero se quedó perplejo ante aquella maravilla, y le pidió que se lo vendiera, pero Marcial estaba tan feliz como un niño y había preferido que nadie viniera a comprárselo, pero desde que hizo el primero no da abasto con los barcos. Se toma todo el tiempo en un solo barco. Muchos de ellos se exhiben en la Bóveda 11, donde su madre Dora Pérez de Ruiz sostiene desde 1979 uno de los almacenes de artesanías. El tiempo no parece transcurrir allí mientras Marcial pule las jarcias de su último barco y su madre teje una pollera.
Los barcos han estado en toda su vida, como una señal ineludible, y el mar le ha deparado imágenes inolvidables y riesgosas como una tempestad en alta mar en el golfo de México, luego de siete días de viaje, desde Buenaventura rumbo a Texas. Los barcos están desde su infancia, cuando los hacía de papel periódico y los lanzaba en la corriente de la lluvia en el barrio Getsemaní o en Manga, los dos barrios en donde transcurrió su infancia y su juventud. Una infancia de béisbol callejero, fútbol. ajedrez y pimpón.
En su gabinete hay de todo: una sierra, unas tenazas, unas pinzas martillos, cortadores. Los hace de madera de ceiba o nogal. “Hago réplicas del barco San Francisco, Santa María, la Santísima Trinidad. Lo más difícil para mí es la arboladura. Hago los mascarones de proa en dorado. He vendido mis barcos a coleccionistas colombianos, norteamericanos, chilenos y españoles Son barcos de 40 y 80 centímetros”. Sueña con barcos antiguos pero no hay uno solo en su casa. Solo en su gabinete de marinero en tierra.
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