Cartagena


Tierrabaja nada en aguas servidas

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

29 de noviembre de 2017 12:00 AM

Tierrabaja es una de las veredas del corregimiento La Boquilla, por cuyas calles lo que más se notan son las aguas negras y hediondas que salen de los patios de las casas.

La fuerza de la costumbre hace que los nativos ya no perciban la pesadez del mal ambiente que producen las pozas sépticas, pero para el visitante es una mala impresión encontrar que un pueblo que tiene todas las posibilidades de ser uno de los mejores de Cartagena, esté en esas condiciones de verdadera emergencia sanitaria.

Tierrabaja fue fundado hace 200 años, pertenece a la Localidad 2 y al estrato 1, tiene 450 viviendas y 1.750 habitantes; y está rodeada de territorios igualmente poblados como La Boquilla, Manzanillo y Puerto Rey.

Cuenta Yasmina Carmona Gómez, la representante legal del Consejo Comunitario, que en 2009, durante el gobierno de la entonces alcaldesa Judith Pinedo Flórez, se inició la gestión del alcantarillado, pero en cuanto la mandataria abandonó el cargo, el siguiente gobierno no se apersonó de la situación, lo que obligó a los líderes comunales a interponer una acción de tutela que no solo les resultó favorable, sino que también ordenó al alcalde Dionisio Vélez Trullijo a continuar con los trabajos, pero estos nunca se llevaron a cabo.

Iniciado el gobierno de Manolo Duque Vásquez, el Consejo Comunitario se reunió varias veces con el mandatario, pero tampoco se concretó algo definitivo, por lo cual los afectados están planeando dos cosas: interponer un incidente de desacato y bloquear, el 12 de diciembre, desde las 7 de la mañana, el Anillo Vial.

Entre tanto, las aguas servidas no solo afean la vereda. También originan enfermedades cutáneas entre niños y adultos, y hasta peleas diarias entre los vecinos cuando achican sus pozas sépticas y se les derraman hacia los patios contiguos.

“A parte de la luz, el agua y el gas, la limpieza de las pozas sépticas es otro servicio que tenemos que pagar. Esa limpieza debe hacerse hasta cuatro veces en una semana y no siempre se tiene el presupuesto para eso”, dice Yasmina Carmona, quien agrega que las mismas aguas deterioran las calles, que no se han podido pavimentar por la falta del alcantarillado.

María Villalobos Corcho, otra integrante del Consejo Comunitario, relata que la situación ambiental de Tierrabaja ya está en conocimiento del EPA Cartagena y de Cardique, pero ninguno ha tomado cartas en el asunto.

“Igualmente --prosigue--, hemos pedido la ayuda del Dadis para que nos hagan una campaña de fumigación, porque las aguas servidas atraen las cucarachas, los mosquitos,  la culebras, las ratas... y de esas hay bastante. Asimismo, pedimos una campaña de aseo de todo un día, porque es un servicio que nos cobran en la factura del agua, pero el aseo no lo hacen como es debido”.

De otra parte, Marcial Silgado Guzmán, también del Consejo Comunitario, refiere que un complemento de las calles deprimidas por las aguas negras es la mala iluminación de las calles, pues las redes eléctricas ya se volvieron insuficientes para el crecimiento de la población.

“A nosotros --añade Silgado Guzmán-- nos llegan facturas hasta de 200 mil pesos, pero casi todo el pueblo está a oscuras. La energía se baja y se sube y daña los electrodomésticos. Por eso pedimos a Electricaribe que venga a cambiar los transformadores, que siempre están chispeando; y a poner más redes y más luminarias exteriores y postes”.

Pero no solo son las aguas servidas las que ayudan a deteriorar las calles. Peor lo hacen los enormes camiones de los macroproyectos que se vienen realizando al rededor de la vereda.

“Esas volquetas entran a toda hora al pueblo y ya tienen las calles hundidas y llenas de barro”, dicen las amas de casa, a la vez que señalan que algunas de las personas que laboran en esos macroproyectos “son foráneos que traen sus malas costumbres, y ya los jóvenes están consumiendo drogas y robando, sobre todo los fines de semana cuando se organizan bailes de picó por todas partes, como nunca antes se había visto”.

Por una razón parecida, los activistas cívicos creen que a los lugareños les falta mucho sentido de pertenencia.

“Desde que comenzó la invasión de constructores en La Boquilla, impusimos como norma que nadie construyera más de dos pisos, pero mucha gente no solo se pasa el límite. También alquilan sus casas y apartamentos a personas de otras partes, sin investigar primero cómo son esas personas, qué costumbres tienen; y así es como se nos ha llenado el pueblo de gente rara”.

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