Siete años han pasado desde que “el día divertido” se convirtió en la pesadilla de Laura Patricia Rivera Pájaro. Fue en junio de 2001 cuando, con la cooperativa Cooaceded, inició un curso de natación en la piscina del Centro Recreativo Napoleón Perea.
“Estaba muy entusiasmada porque mi profesor era casualmente el mismo que me daba educación física en la escuela, Viviano Meléndez, que en paz descanse. Una mañana de sábado asistió mi familia a la clase, mis padres, mi hermano y yo; pintaba ser un hermoso día, pero el profesor presentó algunos inconvenientes y no pudo asistir. Las clases eran en la piscina para adultos, pero solo se ingresaba en compañía del profesor, así que para no ir y regresar sin disfrutar del día de piscina, mi mamá compró los tiquetes para ingresar a la piscina para niños”, relató Laura, quien para ese entonces tenía 7 años. Hoy tiene 25.
Recordó que “todo iba siendo divertido, jugaba con mi hermanito, otros niños que estaban de paseo y algunos compañeros que también habían asistido al curso. De repente el día divertido se convirtió en mi pesadilla. Mientras estaba sentada en el fondo de la piscina algo impedía que me moviera o levantara, era algo extraño. Llamé a mi mamá desesperada y solo puedo decirle: ‘mamá, mamá, eso me saca popó’. Mi madre tomó a mi hermano y me dijo ‘en la piscina no se hace popó, si va a hacer popó me avisa y yo la llevo al baño’. Me dio la espalda y se fue junto a mi padre”.
Bañistas le dijeron que se quedara quieta, que era un calambre, pero ella estaba asustada, sabía que era algo más. “Desesperada logré levantarme, fui donde mis papás y les mostré mi cola, un pedazo de carne salía de ella. Mi madre desesperada empezó a dar gritos”, dijo la joven. Un desconocido se ofreció a llevarla en su carro a un hospital y fue así como llegó a la antigua Urgencias de la clínica Blas de Lezo, por la Bomba El Amparo. “Duré como dos horas en observación, durante ese tiempo lo que tenía por fuera se me fue entrando. Dijeron que podría ser hemorroides o parásitos, y me mandaron para la casa”, señaló.
Pero “estando en casa, el abdomen se me fue creciendo muy rápido y se me puso negro. Me dio mucha fiebre y me quejaba de dolor. Me llevaron nuevamente a la clínica Blas de Lezo, de donde me remitieron a la clínica Vargas, hoy San José de Torices. Al llegar, los médico me ingresaron a cirugía de inmediato, por un derrame interno. Mi madre supo de mí casi seis horas después, cuando terminó la cirugía; me hicieron una laparatomía exploratoria. El tubo de drenaje de la piscina había succionado por mi recto y sacado los intestinos, los desgarró y fue tan grande la succión que afectó varios órganos. Ahí empezó mi calvario”.
A la entonces niña de siete años le pusieron una sonda para orinar y le ordenaron medicamentos. A los dos días ingresó nuevamente al hospital con fiebre y la dejaron hospitalizada por varios días; comenzó a recibir atención psicológica. “Después de eso no quería ir a piscina ni tomar agua, no quería nada que tuviera que ver con agua. Yo tenía una cicatriz inmensa en el abdomen y no quería que nadie la viera. Si me colocaba una blusa ajustada se me marcaba por encima de la ropa. Mis amiguitos del colegio me preguntaban, qué te pasó, me tocaban y era muy incómodo.
“Cuando iba a cumplir 15 años, médicos extranjeros me regalaron una cirugía plástica en la Casa del Niño. Después mi mamá me regaló una segunda cirugía; ahora se ve un poco mejor. Gracias a Dios superé todo eso”, dijo Laura.
En una demanda interpuesta el 12 de diciembre de 2017 ante el Juzgado Quinto Civil del Circuito de Cartagena, contra el centro recreacional y la Caja de Compensación Familiar de Cartagena y Bolívar (Comfamiliar), por ser su administradora; el apoderado de Laura, Evaristo Ujueta Amador, aseguró que “después de varios días (del accidente) y de referir la historia con calma es que sus padres caen en cuenta que eso fue producto del tubo de drenaje de la piscina. Fueron hasta allá, ella señaló el sitio donde la arrastró y allí estaba el tubo de drenaje que le succionó por el recto”.
Las secuelas
Laura precisó que desde aquel día hasta hoy sufre secuelas. Estreñimiento, endometriosis y un tumor han sido asociados al accidente.
“La recuperación fue bastante dura -reiteró-. Los intestinos no me funcionan normalmente y duro alrededor de 15, 20 o 25 días sin hacer deposiciones. Eso me dejó con bridas, que son muy dolorosas cuando entro en crisis”.
Advirtió además, que “a los 12 años me descubrieron un tumor en el ovario. Era tan grande que mi mamá preguntó si yo había nacido con eso, porque el médico decía que era extraño que hubiera crecido a ese tamaño, a mi edad. Entonces lo relacionaron con el accidente de la piscina, ya que me afectó muchos órganos a través de la succión. Me operaron por el tumor, sacándome mi ovario y trompa derecha.
“Como tenía los intestinos pegados, cuando me estaban extirpando el tumor, sin querer, me cortaron el colón. Los médicos me decían que no quedara en embarazo porque cuando la barriga se me creciera podía lesionar nuevamente los intestinos. Quedé embarazada a los 19 años y a los casi siete meses perdí el bebé porque duré 25 días sin ir al baño. Eso me causó salpingitis, al bebé le dio amnionitis y por eso murió. Al año siguiente quedé embarazada de mi niña. Estuve hospitalizada varios meses, los médicos cuidaron de que no la perdiera. La tuve a los 8 meses”.
Pese a todo lo que ha padecido agradece a Dios por su vida. “A Nicolás (succionado por una bomba de la piscina del hotel Hilton de Cartagena el 18 de enero de 2007) y a Sofía (hermana de la presentadora Carolina Soto que sufrió el mismo accidente en el hotel Hilton Dalaman Resort de Turquía, el 18 de julio de 2015), el accidente les cobró la vida. A sus familias las indemnizaron en poco tiempo. Mi caso es diferente porque estoy viva, pero no sé qué hubiese sido peor, si morir o vivir para enfrentar tantos problemas de salud”.
Qué dice Comfamiliar
Consultada por El Universal, la Caja de Compensación Familiar de Cartagena y Bolívar (Comfamiliar) se limitó a informar que “fue notificada de una solicitud de conciliación citada para el día 6 de septiembre de 2017, presentada por la señora Laura Patricia Olivera Pájaro a través de apoderado judicial y en virtud de ella, se asistió a la audiencia de conciliación programada en la que no se llegó a acuerdo conciliatorio, teniendo en cuenta la parte convocante no vinculó en su solicitud a todos los sujetos interesados”.
Agregó que “a la fecha, Comfamiliar no ha sido notificada de admisión de demanda alguna, relacionada con los hechos expuestos por la señora Olivera Pájaro”.
La indemnización
Por todo lo que ha padecido Laura, su abogado exige que se condene a Comfamiliar y al centro recreativo al pago de 200 salarios mínimos mensuales legales vigentes por daños psicológicos, 100 salarios por daños materiales de órganos y 100 salarios más por daños morales, para un total de 400 salarios mínimos mensuales legales vigentes, que suman 305 millones de pesos.
“Ya fuimos a una audiencia de conciliación, a la que solo asistió la caja de compensación y no se concilió. Dijeron que lleváramos la demanda hasta las últimas consecuencias porque, primero, para ellos es mucho dinero lo que se está pidiendo. Y segundo, ya había pasado mucho tiempo. Estamos acordando una nueva cita de conciliación. Ningún representante del centro recreacional ha aparecido”.
Denuncia burlada
La sobreviviente lamentó que tanto ella como su familia fueron burladas por un abogado. “A mis 7 años, cuando me recuperé de la primera operación, mi mamá puso el caso en manos de un abogado. Él nos mantuvo engañados mucho tiempo, diciendo que estaba trabajando en el caso y nunca hizo nada, ni siquiera lo radicó, pero creemos que recibió dinero del centro recreacional”, aseguró Laura.
Contó que “en varias ocasiones mi papá fue buscar al abogado, una vez fue conmigo, y en una de esas el abogado le entregó 300 mil pesos. Le dijo que era por todas las veces que lo había visitado, que cuando tuviera noticias del caso lo llamaba. A mis 19 años, cuando empecé a estudiar Medicina en la Universidad Rafael Núñez, en el Centro, comencé a buscar al abogado porque tenía oficinas allá. Lo encontré varias veces, pero se cambiaba de oficina.
“Ahora tengo un abogado que hace un año me contactó, dijo que me quería ayudar. Lo primero que dijo fue: ‘acércate a los juzgados y averigua dónde se radicó el caso, en qué juzgado está, cómo quedó’. Fui a los juzgados y resulta que nunca se radicó ese caso, allá no lo conocían. Me dieron una lista de todos los casos que mi primer abogado tenía radicados y por ninguna parte apareció el nombre de mi mamá, de mi papá, tía, abuela, ningún familiar. Creímos que estaba a nombre de alguno de ellos porque cuando debió iniciar el caso yo era menor de edad, pero no”.
Laura agregó que “con el dinero que me dieran por indemnización yo pensaba terminar mis estudios. Mi sueño era terminar medicina. Con mi mamá hicimos un crédito en Icetex y todavía debo 3 millones de pesos, de 12 millones de pesos que me prestaron para los dos semestres que pude cursar. El primer abogado volvió a buscarme, decía que quería hacer algo, que se podía, que mi caso no había prescrito porque yo seguía padeciendo las secuelas, pero yo le dije que ya no quería que trabajara, que me devolviera el poder, mi historia clínica y demás documentos. Peleando me devolvió la historia clínica. El poder no porque según él no sabía donde estaba”.
Comentarios ()