Cartagena


El pueblo venezolano se abre espacio en Cartagena

ERICA OTERO BRITO

11 de mayo de 2018 02:10 PM

“Llegando a la frontera con Colombia, por una de las trochas ilegales que llegan hasta Maicao, la imagen que yo tenía de los indígenas me cambió. Sentía respeto y admiración por ellos, pero en ese momento lo que sentí fue pánico.

"Lo que se vive en ese tramo, que dura unos 20 minutos en carro, es comparable con una cacería humana. A lo largo de esa vía destapada, en la que el polvorín y la sofocación hacen mella en el ánimo de los viajeros, se apostan a lado y lado grupos de indígenas de hasta aproximadamente 20 personas. Uno observa hombres, mujeres de todas las edades, incluyendo embarazadas y niños; todos armados con palos, piedras y armas de fuego, haciendo retenes ilegales para cobrarle una ‘vacuna’ al chofer, previamente recolectada entre los pasajeros con anterioridad, o saquear las pertenencias de cada quien.

"La expresión de su rostro es dura o de burla. Los integrantes de los primeros retenes que uno se encuentra cuando inicia el camino son los más aventajados porque les cobran a los viajeros por escoltarlos. En nuestro caso, el conductor recogió dinero entre los seis que íbamos en el carro y cuando empezamos la travesía sin detener la marcha le arrojó a uno de ellos, a través de la ventanilla, el fajo de bolívares; de inmediato uno de los indígenas corrió y se trepó al capó del vehículo. En ese momento sentí que el corazón casi me sale por la boca. Todos, excepto el chofer, emitimos un grito seco y medio silencioso a la vez, pero el señor nos dijo enseguida que nos calmáramos que ellos se subían al carro para que los demás grupos de indígenas supieran que ya los viajeros le habían pagado por su protección y que no debían atracarlo. Era una especie de garantía, pero no del todo segura. El conductor nos contó que en una oportunidad otro grupo de indígenas mató al que iba subido en el carro y asaltó a los pasajeros”.

Así, como si estuviera relatando una película, refiere Marco Tulio Araque Soriano, de 27 años, su  temerario ingreso a Colombia el 14 de febrero de este 2018. Fueron dos días de viaje desde Caracas hasta Maicao y de ahí otras ocho horas hasta Cartagena.

“Salí de Caracas pensando que podía disfrutar del paisaje durante el viaje, pero primero en la oscuridad de la noche no vi nada y desde que amaneció debimos soportar los retenes de la Guardia Nacional Bolivariana; con esos nos fue bien, no nos quitaron nada. Pero la vivencia por esa trocha no tiene comparación, es lo más fuerte que he vivido en todos mis años. Ya de Maicao a Cartagena sí pude observar la vegetación y los pueblitos con tranquilidad”, reflexiona Marco.

Vino a La Heroica con la esperanza de forjar un mejor futuro no solo para él sino para su esposa y su  hijo de tres años, a quienes piensa traerse apenas tenga un respiro económico. Su soporte en este trance amargo de su vida es su abuela política; la última mujer que su abuelo tuvo antes de partir de este mundo. Ella lo ha acogido con tanto amor, dice él, que desde que piso la casa de esta mujer por vez primera se sintió en su hogar. No le ha faltado ni la comida, ni ninguna comodidad que en medio de su humildad, su abuela le haya podido ofrecer.

Marco Tulio es bachiller, alcanzó a hacer dos semestres de informática y con eso pudo conseguir un empleo en un banco en Caracas, pero está consciente que en Colombia las cosas son diferentes. Desde que llegó no ha hecho sino caminar de extremo a extremo la ciudad buscando un empleo; afortunadamente la noche antes de esta entrevista consiguió como mesero en un Food Truck que abrieron recientemente en Ternera.  Le fue imposible ocultar su emoción por esta oportunidad.

“Anoche los patrones me trajeron hasta la casa. Para mí ese fue un gesto muy bonito; casi no dormí de la emoción pensando que mi suerte está cambiando”, expresa. Marco Tulio es uno de los 600 venezolanos que se han acercado a la casa Stella Maris, en el barrio La Consolata, dispuesta por la Arquidiócesis  de Cartagena para brindar un servicio pastoral al migrante venezolano.

El centro abrió hace apenas 55 días y ya es plenamente reconocido entre la población de venezolanos que llega a diario a Cartagena. Es el único sitio de manera oficial que le brinda un apoyo social, sicológico y hasta moral a estos viajeros. El Distrito aún no dispone de una dependencia creada para acoger al inmigrante, sea del país que sea.

“El flujo de venezolanos que llegan a esta casa nos brinda una percepción de la velocidad a la que está creciendo la población venezolana en Cartagena. No es un tema menor que se pueda ignorar o tratar con pañitos de agua tibia; se trata de vidas humanas, de hermanos que han sido obligados a huir de su tierra para sobrevivir; son desterrados de su país de origen por la falta de comida y de medicinas, principalmente. Ellos son nuestro prójimo y debemos honrar con ellos el mandamiento que instauró Jesús. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, expresa el sacerdote Rafael Castillo, coordinador de la casa.

CENSO A VENEZOLANOS

El reclamo del padre Castillo es un clamor generalizado en Colombia y materializado en las quejas de las Alcaldías, que como la de Cartagena, ha reiterado que no tiene recursos económicos para brindarle una atención sostenida a los venezolanos. En respuesta el Gobierno Nacional dispuso, desde el 6 de abril pasado, a través de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo la realización de un censo a los inmigrantes venezolanos que están en el país de manera irregular.

Este conteo se hará hasta el próximo mes de junio, con posibilidad de ser prorrogado, y para llevarlo a cabo se dispuso de unos sitios en cada ciudad donde los venezolanos deben acercarse voluntariamente a censarse. En Cartagena hay cuatro lugares donde se está haciendo la tarea: La Biblioteca Jorge Artel, en el Socorro; la Casa de Justicia de la Localidad Dos, en Chiquinquirá; la Casa de Justicia de Canapote y la Alcaldía de Localidad Uno, en Santa Rita. Además se abrió un puesto en el corregimiento de Bayunca. (Lea aquí: Bayunca les da la mano a los venezolanos)

El registro servirá como fundamento para la formulación y el diseño de la política integral de atención humanitaria a esta población.

La cifra oficial de venezolanos ilegales en Cartagena no podrá conocerse sino hasta que finalice el censo, sin embargo la oficina de Gestión del Riesgo en Cartagena precisó que hasta el 30 de abril iban 6.400 venezolanos censados, 600 de esos en el corregimiento de Bayunca; todos sin incluir su núcleo familiar. Esto quiere decir que el número solo corresponde a las personas que, en representación de un grupo de venezolanos, se han acercado a llenar el formulario; más no están sumados allí sus representados. Lea aquí: (6.400 venezolanos han sido censado)

Álvaro Vega, director de la fundación Un Solo Pueblo dedicada a la atención de los emigrantes venezolanos, afirma que el número aproximado de venezolanos en Cartagena se aproxima a los 10.000, entre legales e ilegales, que vienen arribando a la ciudad desde el 2003.

El estimativo lo hace tomando como base los 3.340 votantes que acudieron a las urnas dispuestas en Cartagena para votar por la constituyente que propuso Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, el 16 de julio de 2017. A cada votante, explica Vega, se le pueden sumar unas cinco personas más que es por lo general como están integrados los núcleos familiares de estos inmigrantes.

EL ARRIBO A CARTAGENA

Álvaro Vega explica que la llegada de los venezolanos a Cartagena se ha dado en tres momentos. El primero fue del 2003 al 2005, años en los que llegó la mano de obra mayor calificada. Se vinieron gerentes de varias empresas, sobretodo del sector petrolero; que supieron aprovechar los años de la ampliación de la Refinería, dando lugar al segundo momento del éxodo entre los años 2008 y 2011 cuando trajeron a la ciudad a sus conocidos para que laboraran en este proyecto. En esa época también llegaron muchos estudiantes y profesionales de distintas disciplinas.

Al finalizar la ampliación de la Refinería muchos venezolanos se quedaron debido a que reunieron un capital decoroso que les permitió abrir sus negocios propios. Algunos tienen agencias de viaje, otros abrieron restaurantes, peluquerías, etc.

En el 2013 con la agudización de la crisis venezolana comenzó la gran ola migratoria que continúa hoy.   Es en este tercer momento en el que ha llegado la mano de obra de menor calificación; colombo venezolanos que han decidido retornar a su tierra y venezolanos puros que han visto en Colombia una oportunidad para mejorar su condición. “Son los desterrados”, afirma categóricamente Vega.

En Colombia, los inmigrantes venezolanos son vistos como un problema; incluso el mismo Juan Manuel Santos lo ha admitido debido a que es la primera vez que Colombia es una nación receptora de una población tan grande de extranjeros. Aquí se está acostumbrado es a que el colombiano sea el que busque horizontes nuevos en otros países, pero ahora las cosas son diferentes y el Gobierno está obligado a tomar las riendas del asunto.

El censo es para eso, para decidir el manejo que se le va a dar al tema, sin embargo los venezolanos ven algunas desventajas en él. La primera es que les parece excluyente porque solo se está registrando a los venezolanos puros y no a los colombo-venezolanos que también han retornado en condiciones paupérrimas y que temen quedar por fuera de los posibles beneficios que se puedan otorgar en un futuro que ellos esperan sea a corto plazo.

El segundo punto que hacen notar del censo es que son pocos puntos de atención y solo se atiende un máximo de 60 personas por día; incluso 30 en la Casa de Justicia de Chiquinquirá. “Creo que la elección para que el censo lo manejara la Unidad de Gestión del Riesgo fue desafortunada porque la naturaleza de esta institución es responder a las afectaciones por desastres naturales y su personal no está preparado para las atenciones humanitarias que requieren los venezolanos”, afirma Álvaro Vega.

Sin embargo, según Laura Mendoza, directora de la Unidad de Gestión del Riesgo en Cartagena, en los puntos de registro se han detectado casos especiales que han sido priorizados y enviados a otras dependencias institucionales como el Dadis para ser atendidos. La tarea realizada hasta ahora también ha permitido notar que hay bastante venezolanos asentados en varios sectores del barrio como Olaya Herrera; en San Fernando, en Nelson Mandela, en La María, en La Esperanza y en La Consolata.

Sobre ello, el sacerdote Rafael Castillo tiene su versión. “Estas personas generalmente encuentran refugios en los hogares de otra gente pobre porque los pobres son los más solidarios; la gente que no tiene nada es la que más da”, asegura convincentemente.

En la casa Stella Maris se reciben todos lo alimentos y ropas que los feligreses llevan a las iglesias y se les reparten a los venezolanos que llegan en busca de ayuda. Se hacen jornadas médicas con el apoyo de galenos que donan su tiempo, conocimiento e incluso medicinas, en algunas oportunidades. También se observa el compañerismo entre venezolanos, varios de los que ya han logrado acomodarse en la ciudad van frecuentemente a la casa para brindar recreación a los niños y ayudar con lo que haga falta.

“Aquí se respira mucha espiritualidad, uno se reencuentra con la esperanza”, afirma Marco Tulio.

De a uno, de a dos, de a tres, de a cuatro, de a cinco,  los venezolanos van a seguir llegando a Colombia huyendo del hambre y la desidia que se vive en su país. Es una población creciente que dibuja una nueva realidad para los colombianos y que deberá ser asumida por el Gobierno con el más sentido humanitario y el equilibrio posible. 

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