Editorial


Pecado y tolerancia en la Iglesia Católica

En los meses de marzo y abril pasados, el Papa Benedicto XVII estuvo en el ojo del huracán, luego del recrudecimiento de las denuncias sobre abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes católicos. El argumento central de las críticas era que el Papa, en su época de cardenal, no hizo nada por sancionar a un sacerdote de Estados Unidos que había abusado de 200 niños sordos, aunque los obispos estadounidenses alertaron repetidamente acerca de ello. Por supuesto, las reacciones de los jerarcas de la Iglesia Católica y de líderes espirituales del mundo fueron reproducidas profusamente por los medios del mundo occidental, en una feria de réplicas y contrarréplicas que planteaban una discusión profunda en torno a la responsabilidad penal de los sacerdotes abusadores y el alcance del precepto cristiano de perdonar a los pecadores arrepentidos. Ayer, el Papa Benedicto XVII habló a los fieles en la localidad italiana de Sulmona, situada en la región de los Abruzos, en un homenaje a Celestino V, eremita del siglo XIII y uno de los pocos pontífices que dimitió para vivir en la pobreza y sin la comodidad de muchas cosas materiales. En medio de sus referencias al estilo de vida sobrio, a la necesidad de rechazar la vida lujosa y superficial de la riqueza material y al ejemplo de Celestino, que cambió el ruido de la ostentación y el lujo por el silencio de la meditación y la caridad, el Papa pidió que se ame a los sacerdotes y a los obispos, a pesar de sus “debilidades”. Por supuesto, la mayor parte de las agencias de noticias y los medios europeos concluyeron que Benedicto XVII, cuando hablaba de “debilidades”, se estaba refiriendo a las tentaciones de pedofilia de los prelados. En la variada gama de “pecados” definidos por la Iglesia Católica y acrecentados por dirigentes de las sociedades occidentales, uno de los pocos sobre los cuales hay acuerdo de no tolerar es la pedofilia. Muchos católicos y pensadores religiosos consideran que no hay excusa posible para aceptarlo, aunque quien lo haya cometido manifieste su profundo arrepentimiento. Sólo la cúpula de la Iglesia ha tratado de reducir su gravedad, hablando de “tentaciones” y “debilidades” que deben ser comprendidas en nombre de la compasión y la voluntad de perdonar, esencia de la doctrina cristiana. Muchos cristianos ortodoxos hasta la médula, invocan incluso las palabras de Jesús sobre los niños contenidas en Lucas 18, 15-16 y en Mateo 19, 14, para sustentar su posición de cero tolerancia con los abusos sexuales a niños, aunque exégetas reconocidos de distintas épocas hayan coincidido en que al hablar de “niños”, Jesús se refería a tener el “espíritu de los niños”, es decir, la inocencia y el pensamiento no discriminatorio. ¿Hasta dónde es posible comprender las debilidades de nuestros pastores y guías religiosos, y amarlos a pesar de ellas, si se arrepienten de verdad, como pide el Papa? Los estudios psicológicos de abusadores de niños muestran que más del 90 por ciento de los arrepentidos reinciden. Los fieles católicas parecen esperar de su guía máximo una posición más tajante sobre los curas abusadores, pero con declaraciones como la de ayer, la ambigüedad se acrecienta.

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