Editorial


Las réplicas del sismo electoral

El caos en el conteo de votos, que tiene a la Registraduría en el centro de las críticas, empezó con los tarjetones, que complicaron aun más un sistema electoral lleno de variables matemáticas como el umbral o la cifra repartidora, que lo hacen incomprensible. Aunque pretendía convertir en chiste el enredijo de tarjetones, el vicepresidente Francisco Santos expresó el sentimiento de los votantes al considerar inconvenientes la falta de fotos y la calidad de la impresión. Pero el problema mayor fue la falta de instrucción a los jurados de votación, enfrentados a una tarea con muy poca información, y que les llevó muchísimo más tiempo del habitual, además de la cantidad de tarjetones que debían contar. El fracaso estruendoso de la Registraduría no sólo causó incertidumbre sobre los resultados, sino que puso en duda la eficacia y transparencia del sistema electoral. Llovieron las críticas que señalan muchas causas para el desastre: el cambio a última hora de las empresas de sistemas encargadas del proceso; la poca exigencia de capacitación a los jurados; la pedagogía electoral confusa y con cartillas llenas de gazapos e inexactitudes, o el afán de entregar resultados sin verificarlos. La Registraduría no respondió al reto de realizar unas elecciones inequívocamente limpias. Es más, ni siquiera supo cómo manejar los procesos de un sistema electoral con demasiados recovecos. Los propios jurados reconocieron su poco conocimiento del sistema de votación, y reclaman por el trato que les dieron las autoridades electorales en casi todo el país. En Cartagena, muchos se quejaron de estar en puestos muy lejos de sus residencias, sin darles el transporte; a otros no se les dio refrigerio y a los “afortunados”, un sánduche de queso. La queja más recurrente, y quizá una de las causas del desastre, fue la llegada tardía de las citaciones oficiales a los jurados: ¡gran parte de ellas las recibieron 10 ó 15 días después de la capacitación! Como las capacitaciones virtuales no tenían claridad pedagógica, los jurados no sabían cómo llenar los formularios, y realizaron la tarea acosados, además, por los testigos electorales pidiéndoles datos sobre sus candidatos. Lo más absurdo de este caos es que los resultados de la elección más sencilla, las consultas internas de los partidos, en las que sólo hay que definir un ganador, son los más demorados. A estas alturas, sabiendo que en Colombia hay suficiente conocimiento tecnológico, es incomprensible que aún no se haya implantado el voto electrónico, introduciéndolo poco a poco, hasta cuando todos los procesos electorales se hagan de esta manera. El argumento legal y las dudas en torno a la seguridad del voto electrónico no justifican que se le siga desconociendo, sobre todo porque las posibilidades de fraude son menores que con el engorroso y fatigante sistema manual. Al desempeño desastroso de la Registraduría se le añaden las denuncias por corrupción en varias partes del país, incluida la de la OEA sobre la compra de votos en Magangué. Las autoridades de control ¿pasarán de agache en este y otros casos aberrantes?

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