Según publicó el diario “El Colombiano” hace unos días, los jíbaros de Medellín, están vendiendo una sustancia a la que llaman “dic”, que contiene cloruro de metilo, y que se ha puesto de moda entre los adolescentes de esa ciudad. Los muchachos de 12 a 17 años la utilizan en las fiestas, en los baños de los colegios y hasta en clase, pues para consumirla basta humedecer un pañuelo con la sustancia líquida y luego aspirar sus vapores. Por su bajo costo, está reemplazando a la llamada “popper”, una sustancia compuesta de varios tipos de nitritos, como el de butilo y el de amilo, este último usado para tratar problemas cardíacos. Los estudiantes menores de edad de Barranquilla se están emborrachando con una mezcla peligrosa de alcohol antiséptico, el mismo que se vende en cualquier almacén o tienda, y refresco instantáneo que se disuelve en agua. Una botella de este coctel les cuesta menos de 5 mil pesos. A la mezcla, los muchachos barranquilleros le dicen “chamberlain” o “chamber”, y se consume con mucha frecuencia en fiestas de adolescentes. Los consumidores de “dic” en Medellín y de “chamber” en Barranquilla, están arriesgándose, los primeros, a sufrir arritmias cardiacas, y daños a los pulmones, el hígado, los riñones y el cerebro; y los segundos, a ver aumentada su agresividad y a experimentar convulsiones, un coma y hasta la muerte. La enorme variedad de drogas no convencionales, muchas de ellas sintéticas, ha puesto a disposición de los adolescentes un abanico de opciones, baratas y a las que se tiene fácil acceso. Los expendedores de drogas han visto en ellas una manera de ampliar sus ganancias, con menos riesgo. En Colombia se conoce el uso de algunas de ellas, como el “éxtasis” o el pegante inhalado, pero también se consumen otras menos publicitadas, como el Ghb, que tiene efectos eufóricos y relajantes al mismo tiempo, o la ketamina, un anestésico veterinario que en el ser humano provoca alucinaciones. Hay numerosas investigaciones académicas, sociológicas y psiquiátricas sobre el consumo de las drogas tradicionales como marihuana y cocaína; de las aceptadas socialmente, como el alcohol; y de estas drogas sintéticas, cuyo uso se extiende de manera acelerada. Todas ellas encierran el peligro de la dependencia, y trastornos psicológicos y físicos que requieren tratamientos largos y una gran fuerza de voluntad, pero también provocan efectos dañinos directos al organismo, deterioro de los órganos vitales y profundos problemas mentales, que modifican el carácter, aumentan la intensidad de las emociones y bloquean los instintos humanos básicos de autoconservación y serenidad racional. La cocaína es una droga cuya producción no es sencilla, y por requiere laboratorios sofisticados, por lo que es fácil detectar a quienes la fabrican. Pero las drogas no convencionales, como el “dic”, se basan en sustancias de libre venta. Es obvio, entonces, que cualquier combate contra las drogas tendrá éxito si se emplea una estrategia tan diversificada como la oferta de sustancias ilícitas. En algunos casos, como la cocaína, hay que golpear a sus fabricantes, que son más fáciles de detectar. En otros, como las drogas sintéticas, es más fácil enfocar el control sobre los consumidores.
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