Editorial


Demasiados suicidios

Un muchacho de 14 años pasó a engrosar las amargas estadísticas de suicidios en Cartagena, que ya suman 24 este año. Hace varias semanas, las autoridades de salud del Distrito alertaron sobre el elevado número de suicidios en la ciudad, especialmente porque hay un buen porcentaje de menores en esta cifra. Sin embargo, aparte de divulgar de manera amplia los sitios donde pueden conseguir ayuda quienes han pensado en la idea de quitarse la vida o quienes atraviesan por una depresión, no se adoptó ninguna otra medida de emergencia. Una cifra tan elevada amerita no sólo intensificar las estrategias de orientación, sino aplicar una solución de choque acorde con la gravedad y dimensión del problema. En casi todos los 24 casos, según los escasos detalles divulgados, estuvieron presentes los factores de riesgo habituales que predisponen a un sujeto a cometer suicidio, individuales, generacionales, genéricos y culturales. Y en una buena parte de ellos, la acción decidida de familiares y amigos pudo haber evitado el desenlace fatal, siempre y cuando hubieran estado conscientes de los riesgos y hubieran conocido cómo eludirlos. La mayor parte de los eventuales suicidas carecen de habilidades para integrarse a los grupos sociales, no tienen confianza en sí mismos, no han sido educados para asumir sus éxitos y sus fracasos con criterio de enseñanza, o fueron objetos de un trato que les implantó un sentimiento de inferioridad. El problema es que no hay en Cartagena un sistema que se ocupe con suficiente dedicación y capacidad, a la salud mental, que permita poner en funcionamiento consultas de consejería, de psicología o psiquiatría, unidades de intervención en crisis, servicios de urgencia, unidades de prevención del suicidio, que trabajen articuladamente con las instituciones de carácter privado o las organizaciones sin ánimo de lucro. Un adolescente o un adulto en avanzado grado de depresión no tiene a quién acudir para mitigar los efectos de los problemas reales en su estado de ánimo. Es más, no tiene la menor idea de los establecimientos o profesionales dedicados a la salud mental existentes en la comunidad, cuándo hacer uso de ellos y qué servicios o posibilidades terapéuticas se les puede brindar. Desde la falta de voluntad, la falta de incentivos para vivir, enfrentar los problemas y buscar el apoyo y la solidaridad de la comunidad, hasta la alienación que producen las sectas religiosas, satánicas, las pandillas y los grupos de delincuencia urbana, son factores de riesgo de suicidio que deben ser encarados frontalmente. No se trata de aplicar paños de agua tibia, como las campañas educativas sin continuidad y sin rumbo organizado, ni de poner en práctica correctivos drásticos y generalizados, como aquellos viejos tratamientos mentales que planteaban eliminar las perturbaciones destruyendo al mismo tiempo el cerebro de los pacientes. La inclusión, el reconocimiento, la formación en el trabajo digno y el esfuerzo que se premia, la solidaridad en momentos de dificultades, el aprendizaje de las experiencias ajenas, son algunos de los principios que deben ser recuperados en la sociedad y que constituyen la mejor cura contra las conductas suicidas.

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