Editorial


Copenhague, vuelve y juega

Mientras el calentamiento global hace de las suyas debido al consumo histórico de combustibles de origen fósil, que produce el efecto invernadero, algunos de los países más responsables de la debacle mantienen un juego peligroso de no enmendar su conducta a menos que la enmienden los demás, sin importar la destrucción colectiva. Una arista importante es la de las economías emergentes como China e India, y hasta Brasil, contaminadores enormes, que reclaman su derecho a destruir el ambiente mientras se desarrollan, tal como lo hicieron los países que ahora predican la conservación, y declaran a éstos sin autoridad moral para dar sus sermones desde una opulencia ganada a punta de chimeneas industriales, pozos petroleros y energía basada en el carbón mineral. Los países agrupados en la Unión Europea le han dado ejemplo al mundo al ponerse metas cuantificadas para reducir sus emisiones, mientras que un país como Alemania, con la misma luminosidad de Alaska –es decir, muy poca- es el líder mundial en el uso de la energía solar y de otras fuentes alternativas de energía. Los grandes industriales y la industria automotriz, por supuesto, al igual que petroleros y carboneros, con gran capacidad de cabildeo y recursos para hacerlo, son los palos en la rueda de las buenas prácticas ambientales en el mundo y en los Estados Unidos, sin cuyo compromiso para reducir emisiones, tampoco lo ofrecerán las economías emergentes, incluidas las grandes que mencionamos antes. Es triste que la reducción de las emisiones por países individuales, aun los más grandes, significaría poco ante la gravedad de la degradación ambiental. Las medidas tienen que ser tomadas por todos, con compromisos precisos en cuantías y fechas. La administración del último Bush, mangoneada por petroleros, había dado una marcha atrás terrible en los compromisos ambientales de los Estados Unidos, y llegó hasta a desconocer los hallazgos científicos universales que relacionan el calentamiento global con las actividades humanas, particularmente las industriales. El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, acaba de dar un timonazo fuerte en el sentido correcto, y ofreció fijar límites y compromisos de cumplimiento de reducción de emisiones de efecto invernadero, que anunciará oficialmente en la próxima reunión de Copenhague. De inmediato, China e India anunciaron que si los Estados Unidos cumplían la oferta, sus naciones también se comprometerían. A pesar de que suena maravillosa, la oferta de Obama está condicionada a que la apruebe el Congreso de su país, y aunque los demócratas parecen tener los votos, allá también hay –guardando algunas desproporciones- “teodolindos y yidises”- siempre dispuestos a acomodar una votación cuando las condiciones son halagüeñas. Mientras tanto, los países como Colombia, por mucho que se esfuercen, con poco desarrollo y un ambiente deteriorado, con nevados que se derriten y la amenaza de cambios climáticos catastróficos, como el incremento en el nivel medio del mar, están a expensas de los demás. Ojalá que en Copenhague prime la razón, aunque haya pocas razones para creerlo.

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