Sobre el piso 18 de una construcción en Castillogrande, Ricardo Ballesteros se amarra un arnés al tronco. Lo asegura a una soga anclada desde el piso 25 del edificio, salta de un balcón y cae a un andamio, que está un metro más abajo.
La primera vez que se subió a un andamio colgante, Ricardo tenía 19 años y ya llevaba 7 años trabajando como obrero. “Estaba convencido de que ese era el oficio que me ayudaría a salir adelante”, dice, empañetando una pared. Es obrero desde hace 31 años y el miedo a las alturas lo perdió hace tiempo.
Como la primera vez
“Para sacar adelante a mi familia”, con esta frase resume Ricardo los motivos por los que un día salió de su casa en Paseo Bolívar a mirar qué hacía. (Lea aquí: Bolívar, el departamento con más proyectos inmobiliarios sostenibles del Caribe)
“Tenía 12 años y llegué a una obra por ahí por el parque de Los Leones en el Pie de la Popa, me encontré a un señor como de 60 años que me preguntó si quería trabajar y yo le dije que sí”. En chanclas y pantaloneta empezó su primer día como obrero, haciendo mezcla y llevándola a la zona de construcción. Terminó cansado, pero convencido de que había decidido bien.
La primera semana le pagaron 8 pesos por los días trabajados y compró una estufa para su mamá, la segunda una licuadora... y así, poco a poco fue, como él mismo dice, haciendo plata para sacar adelante a sus papás.
Coordinando las alturas
El Ricardo que se sube hoy al andamio en el piso 18 lleva encima 30 años de experiencia y una empresa con 50 personas a cargo que hacen lo mismo que él: subirse a un andamio a varios metros del suelo para empañetar o repellar la fachada de los edificios.
En Ponce de León, el edificio de 25 pisos donde ahora está, hay ocho obreros que él coordina, pero otras obras también son supervisadas por Ricardo.
Hace 15 años tuvo la oportunidad de organizarse y no lo dudó, ahora trabaja con el Grupo Área y cada que tiene la oportunidad se pone el overol y vuelve a trabajar en lo que le gusta. “Para mí esto es como un hobbie, siembre me gustó y por eso no me canso de trabajar, hace rato que le perdí el miedo a las alturas. Los primeros días me daba miedo cuando miraba pa’ abajo, pero ahora ya estoy seguro, sobre todo porque ahora las condiciones son mejores”.
La seguridad
La primera vez que Ricardo se montó a un andamio, tuvo que subirlo primero. Es decir, estando en tierra, con su propia fuerza, jalar una soga hasta poner el andamio en el sitio donde iba a trabajar. También los materiales se subían con la fuerza, cargando baldes, ladrillos u otros materiales por las escaleras. Ahora los materiales se suben en un ascensor y el andamio puede moverse con la persona adentro.
“Yo me acuerdo que no había nada de línea de vida, no existían las guayas, la soga con la que subía el andamio, se aseguraba a una columna. Ahora son unas máquinas acondicionadas a las que solo tienes que darle manigueta para moverte”. (Lea aquí: ¿Tiene el sueño de comprar casa? Expertos le aconsejan cómo hacerlo realidad)
Las chanclas y la pantaloneta con las que hizo su primer día de trabajo ahora serían el principal impedimento para entrar a la obra en la que ahora trabaja. “Ahora hay más restricciones y eso es bueno, hay que ponerse ropa cubierta, hay que cumplir con cada detalle de seguridad. Todo eso termina garantizando la vida de todos los que aquí trabajamos”, puntualizó Ballesteros.
Con su familia
Cuatro hijos, a quienes les garantizó la educación hasta el bachillerato son para Ricardo la mayor muestra de que su trabajo le ha dado todo. “Yo fui ayudante, obrero raso y gracias a las oportunidades que aproveché, ahora tengo a cargo a 50 empleados, con mi empresa de acabados. Pero lo mejor que me ha dado este trabajo es la oportunidad de sacar a mi familia adelante, que tengo mi casa y que esto es lo que me gusta, por eso nunca me canso de montarme en estos andamios, la construcción es mi vida”, concluyó.
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