Macayepos,  corregimiento de El Carmen de Bolívar

Macayepos y el suán de la muerte


En uno de los extremos del puente que sirve para cruzar el arroyo de Palenquillos, en el corregimiento de Macayepos, está un suán que es más viejo que el hombre más viejo de la población.

Considerando sus 40 metros de altura y sus 8 metros de diámetro, los descendientes de la etnia zenufaná que habitan en Macayepos creen que este árbol perenne está plantado desde antes de la llegada de los conquistadores españoles, por lo que podría intuirse que su vocación —además de dar sombra y sonido de ramas al viento— ha sido observar ríos de sangre y escuchar lamentos desgarrados.

Aparte del exterminio y sometimiento de indígenas por cuenta de la cruz y de la espada, en las épocas de La Conquista, el suán presenció los horrores de la violencia política en los años 40 del siglo XX, cuando conservadores y liberales resolvían a balazos, a machetazos, y a linchamientos con garrotes, las diferencias dizque ideológicas que los llevaban a optar por los caminos de la intemperancia.

A orillas del arroyo de Palenquillos (o Grande), el suán ha prestado sus servicios como punto de descanso para los caminantes, estación de camiones que transportan el aguacate, el ñame y el arroz que se cultivan en el sector; tertuliadero de los viejos labriegos, sosiego para el ganado, rincón de los enamorados y grada para observar los encuentros deportivos en el campo que se extiende desde sus pies hasta las estribaciones de las colinas que vigilan Macayepos.

Pero su oficio de vigía del arrasamiento lo ha vuelto histórico. Es eso lo que creen los dirigentes comunales de la zona, puesto que muchos de ellos recuerdan aún cómo, a mediados de los años 80, bandas de delincuentes comunes irrumpían en el pueblo a la medianoche —o en la madrugada profunda— para violar mujeres, intimidar a los hombres y obligarlos a entregar sus pertenencias.

Dotados con armas de fuego, montando a caballo y en camiones, los bandidos robaban desde el producto de las cosechas hasta electrodomésticos y ganado. En menos de lo que la brisa canta entre las hojas del suán se convirtieron en el terror de los Montes de María, sobre todo porque intimidaban de tal forma que a nadie se le pasaba por la cabeza pedir ayuda a las autoridades, mucho más cuando varios pobladores fueron ultimados en sus propias casas o en plena calle, supuestamente por haber denunciado la plaga delincuencial.

A los pies del suán se registraron algunas ejecuciones. Y es posible que desde esa fecha su tallo empezara a poblarse de puntos blancos, una especie de viruela propiciada por el impacto de las balas que no alcanzaron a perforar los cuerpos de las víctimas que fueron arrastradas hacia ese sitio, mediante una sola fórmula de juicio prefabricada por los forajidos: “por sapo”.

Durante ese período de episodios nefastos no fueron muchos los exterminados por las bandas delincuenciales provenientes de los municipios circunvecinos, pero sí fueron copiosos los llamados a los uniformados de la Policía y del Ejército Nacional, quienes, según los raizales de Macayepos, no se veían en esos territorios desde los años 40 cuando los enfrentamientos partidistas que llovieron sangre por toda Colombia.

Totalmente extenuados por las incursiones de la delincuencia común y por los oídos sordos de las autoridades, los coterráneos del suán decidieron unirse con los dirigentes comunales del resto de corregimientos de los Montes de María con el urgente objetivo de pedir ayuda a otros uniformados: los guerrilleros del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

Dicen los pobladores que en cuanto los rebeldes empezaron a hacer presencia, las bandas delincuenciales fueron desapareciendo paulatinamente. Pero no sólo eso: los dirigentes del grupo armado hablaban de planes desarrollo que resolverían la falta de puestos de salud, escuelas, buenas vías y servicios públicos, promesas que se fueron diluyendo cuando comenzaron las incursiones del Ejército Nacional, toda vez que a los efectivos del PRT les siguieron los del “Ejército Popular de Liberación” (EPL); el “Ejercito de Liberación Nacional” (ELN) y las “Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia” (FARC).

Desde sus alturas, el suán también presenció las apariciones del Ejército Nacional acosando a los campesinos, en razón de que supuestamente eran colaboradores de la guerrilla, a lo que ésta respondió asesinando a quienes suponían delatores, siendo la primera víctima la hija del labriego Juan Berrío Novoa, una adolescente de 14 años, de quien se decía que sostenía relaciones amorosas con un soldado de las tropas estatales. La muchacha no fue masacrada a los pies del suán, pero éste fue testigo del balazo que recibió en el pecho después de ser arrastrada hacia un tramo de las hierbas altas que circundan al arroyo de Palenquillos.

Los pobladores recuerdan que la menor asesinada supuestamente era sobrina del comandante paramilitar Rodrigo Cadena, alias “Cadena”, lo que, presuntamente, lo impulsó a organizar un grupo armado cuyo principal objetivo era erradicar la guerrilla de los Montes de María, pero mientras se desataban esos enfrentamientos los guerrilleros alcanzaron a aniquilar, a los pies del suán, a doce personas, aproximadamente.

Neida Pérez es el nombre que más recuerdan los habitantes de Macayepos cuando traen a colación las incursiones de las Farc. Murió a manos de guerrilleros que fueron a buscarla a su residencia, siendo las 11 de la mañana. “Venga que necesitamos hablar con usted”, le dijeron. Ella respondió sonriente, “voy, pero no me vayan a matar”. Por el ambiente de broma que giraba entre guerrilleros y la inminente víctima, los vecinos supusieron que no se trataba de algo grave, pero cuando llegaron a los pies del suán, los uniformados siguieron conversando por espacio de veinte minutos, hasta que llegó otro grupo de sus iguales y se sumó a la conversación.

De un momento a otro, una de las guerrilleras que venían en ese lote alzó su metralleta, la puso debajo su propia axila y disparó una ráfaga en contra de Neida Pérez, quien tampoco se dio cuenta de en qué hora la mandaron al otro mundo, mientras las balas sobrantes herían nuevamente al suán, que ya se aprestaba a ser el testigo de los demás fusilamientos.

A plena luz del día, de noche, en la madrugada, doce personas fueron acribilladas a los pies del suán, con balas que provenían de guerrilleros y paramilitares, lo que provocó, en el 2000, el desplazamiento masivo de campesinos de Macayepos, aunque en meses anteriores ya se habían dado algunos abandonos graduales.

El suán volvió a quedarse solo. Solitario, como en épocas anteriores a la conquista española, cuando los Montes de María eran selvas tupidas dentro las cuales algunos caseríos resguardaban a artistas fabricantes de sombreros, instrumentos musicales, telares, hamacas, manifestaciones coloridas que también sufrieron la agresión del invasor europeo. Aunque resistieron, gracias a las terquedades de la memoria y a los abrazos del corazón.

Cuatro años después del gran desplazamiento de labriegos, 50 dirigentes comunales regresaron, con la ayuda del Ejército Nacional, y prepararon el pueblo, cuyas casas abandonadas estaban invadidas por la maleza y el escombro, y a punto de derrumbarse por la ausencia del calor humano. Esos campesinos volvieron a sembrar la tierra, con el fin de que las familias que retornaran encontraran alimentos y fuerzas para reiniciar la vida.

El pueblo está resucitando, “y el suán se está muriendo por la cantidad de balas que recibió en las épocas del horror”, afirman los campesinos.

Pero la brisa sigue gimiendo en las alturas.

 

Febrero de 2009


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