Cuco Valoy, el cantor de Manoguayabo


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Hace 24 años, en los estudios Latin Sound de Nueva York, la orquesta Los Virtuosos se preparaba para grabar el que sería su tercer trabajo discográfico compuesto por diez canciones: cinco serían interpretadas por Henry García; y el resto, por Cuco Valoy, el fundador del grupo.
Al tercer día de grabaciones, Henry García —en ese entonces, un joven y prometedor cantante dominicano— ya estaba terminando su sesión de voces, cuando Cuco le comunicó a Ramón Orlando Valoy, el pianista y arreglista del conjunto, que acababa de componer la última canción de su repertorio.
--Ok —dijo Ramón Orlando—. Pero esperemos a que termine Henry y después grabamos las tuyas.
La espera le dio suficiente tiempo a Valoy para perfeccionar las estrofas que había redactado a la ligera en la habitación del hotel en donde los dueños de Latin Sound hospedaban a los artistas que requerían de sus servicios.
Al cuarto día, la canción estaba suficientemente pulida y revisada, de modo que a Cuco solo le quedaba cantarla a capella delante de Ramón Orlando, quien ya estaba sentado al piano, pensando en los arreglos y en las posteriores partituras.
“¡Cántala a ver!”, ordenó Ramón Orlando; y Cuco se desenfadó en medio del estudio con las primeras frases: “Te escribo esta carta, Julia/para que sepas de mí/ y sepas cómo me encuentro/sólo por quererte a ti...”
Tal como la confección de la letra, los arreglos también surgieron fácilmente, desde el arranque en el piano, pasando por el estallido inicial de las trompetas y terminando en los soneos que debían responderle a los coros en las partes sabrosas de la canción.
Pero el cuento no terminó ahí, pues desde antes de que la grabación finalizara, la secretaria del propietario de Latin Sound apareció en el estudio con el rostro iluminado por el asombro.
—¡Cuco! –dijo– ¿esa canción es suya?
—Sí. A sus órdenes.
—¡Qué canción tan bella! Esa canción va a gustar mucho.
Un comentario similar hizo uno de los dueños de la discotienda a donde Cuco y su grupo llevaban los discos de acetato para la respectiva promoción y venta:
—Esta canción te va a dar mucha fama internacional. Prepárate.

DE LAS CUERDAS A LOS METALES
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La primera vez que Cuco Valoy vino a Cartagena lo hizo acompañado de Los Virtuosos, la orquesta que acababa de fundar con la colaboración de su hermano Martín y de Ramón Orlando, uno de los 15 hijos del maestro dominicano, con quienes se presentó en el extinto Club Guanipa del barrio Crespo.
Para ese entonces, Valoy conservaba la misma contextura de boxeador y de cotero que su cabeza rapada se encargaba de acentuar. Era la misma estampa de cuando conformó el dúo Los Ahijados, que en realidad era un conjunto, del cual solo se conocían los vocalistas (Martín y Cuco), quienes también eran los ejecutores de las guitarras y autores de la mayoría de las canciones.
Las luces de los escenarios colombianos revelaban con entusiasmo la figura de Valoy interpretando el catálogo de temas que lo mostraban como uno de los salseros más exitosos que tenía el Caribe en los años ochenta: “Pa´ gozar contigo”, “Daniel”, “El Juicio”, “Nació varón”, “Yo te dije”, “Mentirosa”, “El gordito de oro”, “Vuelve”, “Frutos del carnaval”, “Mendigo de amor”, “El consejo”, “El que no sabe adivina” y muchas otras que recorrieron los primeros lugares de los hit parades de las principales emisoras de ciudades como Cali, Barranquilla, Bogotá y Cartagena, en donde Los Virtuosos ganaron premios, grabaron programas de televisión y se constituyeron en una fiebre sin precedentes en la música dominicana de la centuria pasada.
No obstante la avalancha de información que se generó acerca de la familia Valoy integrada en Los Virtuosos —o “La Tribu”, que llamaban otros—, a estas alturas muy pocos recuerdan que fueron ellos mismos los fundadores de Los Ahijados; y que canciones como “Amarga condena”, “Doña Vereda”, “La receta del curandero”, “El hombre misterioso”, “Corazón de acero”, “La lechuza”, “El lunar”, “Timoteo” y “El pasito tun tun” eran sus estandartes rumberos, aunque también hubo un repertorio de canciones protesta como “Bembeteo”, “La miseria de Johnny”, “El reclamo de un obrero”, “Páginas gloriosas” y “Son del campesino” que denunciaban la situación de pobreza y la siniestra política que todavía reside en República Dominicana, cuya historia, a la larga, es la misma de todo el Caribe y del resto de Latinoamérica.

EL DÚO DE MANOGUAYABO
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Antes de su aparición en el Patio de Banderas del Centro de Convenciones Cartagena de Indias, el 28 de julio de 2002, Cuco Valoy había completado diez años sin visitar la Ciudad Heroica.
Llegó en horas de la noche, exhibiendo tímidamente una figura que ya no era la misma de 24 años atrás, cuando se ataviaba de ropas coloridas y zapatos de tacón alto, aunque sí seguía luciendo su calva reluciente; y en el rostro, un par de lentes de aumento, a la manera de un abuelo de rancia estirpe caribeña.
La figura de boxeador aguerrido que en otros tiempos agitó las maracas y rasgó las cuerdas del son montuno, es ahora un poco más flaca y reposada, tal como lo dispone el paso de los años y la serenidad de la experiencia, de saber por dónde le entra el agua al coco y en dónde es que ponen las garzas.
Pero su hablar parsimonioso y refinado persiste, tal como se lo impuso él mismo desde las épocas de la adolescencia en Manoguayabo, el barrio dominicano que lo vio nacer a las afueras de Santo Domingo. Su objetivo era siempre llamar la atención. Por eso, ese hablar rimbombante; por eso, el rigor de su calva siempre recién afeitada; por eso, ese grito de protesta convertido en canciones que hacían bailar y pensar a la gente pobre que nunca pagó un centavo por oír su música, pero sí por compartir los rones de la noche en cualquier solar de Santo Domingo.
Cuco no tiene inconvenientes en conversar sobre su vida, sus canciones o su permanencia en los Estados Unidos, el último país en el que hubiera querido radicarse en la juventud, cuando andaba afiebrado componiendo canciones en contra de la invasión yanki sobre la isla que los nativos precolombinos llamaban Quisquella.

“TE VA A SALIR EL CUCO...”

—¿Cuál es el verdadero nombre de Cuco Valoy?
—Pupo Valoy Reinoso. El nombre de “Cuco” lo adopté porque cuando íbamos a grabar el primer disco sencillo con Los Ahijados, el disquero pensaba que el nombre de “Pupo” no era muy apropiado para un artista. Por esos días, yo trabajaba en la casa de una señora norteamericana, quien nunca supo pronunciar mi nombre correctamente. Siempre me decía “Coco” o “Cuco”. Un día me visitó en esa casa el disquero, y escuchó cuando la señora me llamó. Entonces me preguntó: “Oye, ¿quieres que usemos el nombre de 'Cuco' para tu disco?” Dije que sí. Y así me quedé. También creo que el nombre prosperó porque en República Dominicana a El Diablo le dicen “El Cuco”, y amenazan con él a los niños traviesos. “¡Te va a salir El Cuco!”, les dicen.
—¿Qué edad tenía en ese entonces?
—17 años.
—¿Y la oportunidad de grabar le llegó tan rápido?
—No. Yo empecé a tocar percusión desde muy pequeño, después pasé a la guitarra y con ella me fui entrenando también como compositor, pero todo eso lo hacía sin pensar en que tenía que grabar. Lo que pasaba era que la música dominicana en esa época no era para ganar plata, sino para reunirse con los vecinos, comerse un sancocho y tomarse unos tragos.
—Entonces, ¿cómo surgió la creación de Los Ahijados?
—La idea de formar a Los Ahijados surgió porque a mí y a mis hermanos nos gustaba mucho la música cubana, pero de todos esos intérpretes quienes más nos conmovían eran Los Compadres. Ellos fueron una fiebre en toda República Dominicana. Cuando los llevaban a Santo Domingo, o a cualquier otra ciudad, eso era una locura, nadie quería perderse sus conciertos. Gustaban en todas las clases sociales. Nosotros nos aficionamos tanto a Los Compadres que no nos dimos cuenta en qué hora asimilamos esa música y terminamos formando el conjunto. Es que nos llamaba mucho la atención esa combinación de cuerdas, bajo y bongoes.
—Pero, en ese momento, ¿qué sucedía con la música de Ángel Viloria?
—Para la época en que nosotros creamos a Los Ahijados, el merengue de Ángel Viloria muy poco se oía. Ya había otras agrupaciones por ahí haciendo ruido, pero la influencia más fuerte que teníamos era indudablemente la de Los Compadres. Sin embargo, debo reconocer que Ángel Viloria también fue una de mis buenas influencias. Yo tenía unos 7 u 8 años cuando ese merengue era reconocido en República Dominicana y fuera de ella. También me gustaba la Orquesta Santa Cecilia, de Luis Alberti, quien era un verdadero maestro del merengue típico.
—¿Cómo recibieron los dominicanos la aparición de Los Ahijados?
—Recuerdo que empezamos a nivel de barrios, pero casi desde el comienzo fuimos muy bien aceptados, porque interpretábamos muy bien la música de Los Compadres y algunos números nuestros, además de que nos acompañaban buenos músicos. Teníamos al mejor bongocero que había en República Dominicana en ese momento. Se llamaba Ramón Ramírez, a quien apodaban “Paliondo”. En el güiro estaba mi hermano Fermín (q.e.p.d.); en las claves, un joven llamado Pedro; y el bajista fue el más difícil de conseguir, porque en República Dominicana no se utilizaba mucho. Pero al fin nos recomendaron a uno a quien le llamaban “El Mulo”, quien terminó por acoplarse muy bien con nosotros.
—“Paliondo” resultó ser el más protagonista entre los músicos que acompañaron a Los Ahijados...
—Sí. Es que lo mencionábamos mucho en los solos que hacía a mitad de la canción, como en “El Hombre Misterioso” y “Baitolina”, por ejemplo.
—A propósito de “Baitolina”, esa canción se sale del formato cubano que ustedes cultivaban...
—Es que está tocada en “mangolina”, que es un ritmo casi olvidado del folclor dominicano. Quien mejor interpretó ese aire fue Rafael Solano; y a él quisimos hacerle un homenaje grabando esa canción, que no es tan fácil de tocar con guitarra, pero ahí hicimos lo que pudimos.
—¿Sabe usted que “Timoteo” es quizás la canción que más aceptación tuvo en Colombia?
—¡Uuuuyyyyy! No me hables de esa canción.
—¿Por qué?
—Es que no nos quedó muy bien lograda. Lo que pasa es que estábamos tratando de rellenar un long play, y nos faltaba un tema. Entonces me acordé de “Timoteo”, una canción que escuché tiempo atrás interpretada por el El jilguero de Cienfuegos. Así que la montamos como pudimos y salió lo que tú has oído. Con decirte que los coros los hizo Ramón Orlando, que apenas tenía 12 años y ninguna experiencia en música. A mí me da mucha risa cuando la oigo, porque tú a veces le dedicas tiempo y ganas a una canción, y resulta que a la gente no le gusta. Pero esa, que fue un relajo, mira cómo gustó.
—¿Por qué el rótulo de Los Ahijados?
—Ese nombre lo adquirimos en un espectáculo que organizó un hermano del entonces dictador de República Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo Molina. Allí se presentaban grupos aficionados de toda clase de música. Pero cuando la gente supo que nos presentaríamos, el estadio se llenó por completo y nuestra actuación fue la más aplaudida. Entonces, el animador del espectáculo dijo: “Señores, si en Cuba están Los Compadres, en República Dominicana tenemos a 'Los Ahijados'”. El nombre nos gustó y, afortunadamente, al público también.
—¿Cuál fue ese primer trabajo discográfico?
—Un disco sencillo que por un lado tenía una canción titulada “La copa de licor”, pero no recuerdo qué había en el respaldo. Para grabar ese disco, ni siquiera nos pagaron. Al contrario: tuve que sacar la plata de donde no la tenía. Creo que fueron unos 120 pesos. Mejor dicho, la verdad es que nosotros grabábamos y ganábamos algo de dinero cuando nos invitaban a cumpleaños o a fiestas de barrios; pero por grabar discos, nunca recibimos plata. Yo vivía muy modestamente. Los fines de semana viajábamos por toda la isla; y el resto de días, trabajamos en otros menesteres para seguir subsistiendo. Tal vez las cosas hubieran sido mejores si le hubiésemos hecho caso a un empresario que nos quería llevar a Francia, dizque porque allá apreciaban mucho nuestra música. El hombre insistía y nunca le hicimos caso, porque creíamos que eso no era posible.
—¿Alguna vez tuvieron problemas con el establecimiento a causa de sus canciones de protesta?
—Nunca. Y aunque los hubiésemos tenido, componer canciones de ese tipo siempre era una necesidad. Manoguayabo, mi barrio, era uno de los más pobres y más sacrificados por los políticos de Santo Domingo; y cuando tú eres sensible a todo lo que ves —sea malo o bueno—, lo más probable es que lo expreses de alguna forma. Lo bueno para nosotros era que a la gente le gustaban esas canciones y hasta nos sugerían temas para que los cantáramos.
—¿Cuánto duró el conjunto?
—18 años. En ese lapso logramos publicar unos 20 discos que se grababan de a dos por año.
—Entonces, nacieron Los Virtuosos...
—Sí. En 1975. Para esa época, los grupos de cuerdas estaban bajando de popularidad y las orquestas eran las que mandaban la parada. Ya andaban por ahí Johnny Ventura y Wilfrido Vargas, entre otros; y la verdad es que yo empecé a pensar más en lo comercial que en el placer musical. Así que les propuse a Martín y a Ramón Orlando que siguiéramos haciendo la misma música, pero con más instrumentos. Y lo logramos. Nuestros números musicales eran canciones narrativas, amorosas y de protesta en forma de son montuno y merengue pausado. De ese merengue nuestro se copiaron muchos que pegaron después, como Fernandito Villalona y Sergio Vargas. Los otros se me escapan ahora.
—¿Y cómo fue la aparición de la orquesta?
—Antes que hiciéramos el lanzamiento, la gente nos veía ensayando y se fue regando la noticia de que los Valoy tenían una orquesta que sonaba como una sinfónica. Era que los arreglos que se inventaba Ramón Orlando estaban inspirados en las lecciones de piano que él sacaba de un libro titulado “Para pianistas virtuosos”. Cualquier día llega Johnny Ventura y nos invita a un concierto que estaba organizando un teatro llamado Agua y Luz. Nosotros aceptamos, pero de pronto caemos en cuenta que la orquesta no tenía nombre, cosa que resolvimos siguiéndonos por el libro de piano de Ramón Orlando, entonces nos bautizamos “Los Virtuosos”. Esa presentación en el evento de Johnny Ventura fue un buen presagio, porque la gente se aprendió rápido el nombre y nos aplaudió a rabiar. Al año siguiente ya estábamos grabando el primer L.P.
—¿Y eso mismo pasó con la primera grabación?
—No. Ese primer LP nunca trascendió. El que sí gustó fue el segundo. Lo grabamos en 1977. De allí surgió una canción que se llamó “El brujo”, un merengue que duró un año pegado. El del año siguiente (1978) fue superior. Se llamó “Salsa caliente”. Fue ahí donde incluimos a “Juliana”, que ya tú sabes cuál fue el resultado.
—¿Cuál es la historia de esa canción?
—El tema de esa canción empezó cuando yo tenía como 18 años y estaba enamorado de una muchacha que era un poco “inquieta”. Por eso tuvimos un romance bastante difícil. Un día que iba a visitarla, encontré que también la visitaba un militar y hasta vi que la trataba en una forma que no era de simples amigos. Me dieron ganas de caerle encima al tipo, pero en esa época era terrible para uno meterse con un militar, así que mejor dejé las cosas como estaban y me fui. Años después, estando en Nueva York, conocí a una muchacha que estaba enamorada de Henry García (el segundo cantante de Los Virtuosos), pero él no le prestaba mucha atención, no la trataba bien y a mí me daba lástima. En fin, me acordé que así me había sucedido a mí, años atrás, y compuse la canción. Pero te cuento que la mujer no se llamaba Juliana ni se fue para Nueva York sino para Venezuela. Lo que pasa es que me resultó un nombre muy sonoro y así bauticé la pieza. Como te dije al principio, esa fue la última canción que preparé para el long play “Salsa caliente” y resultó siendo la que más éxitos le dio al grupo. Ya han pasado 24 años de eso y todavía no he podido componer una canción que sea la hermana de “Juliana”. En el próximo disco compacto traigo un tema que podría igualarla.
—¿Por qué a Los Virtuosos también les decían “La Tribu”?
—Ese nombre surgió porque el dueño de la disquera Cubaney, en donde hicimos nuestras primeras grabaciones, se robó descaradamente el de Los Virtuosos. Y eso le resultó fácil, porque yo, ingenuamente, nunca lo registré. Al principio traté de disputar con él, pero después me quedé quieto. En cierta ocasión, un empresario nos llevó a Panamá y, cuando nos vio el movimiento en la tarima y la manera cómo hacíamos nuestro espectáculo, le comentó a otro empresario: 'Esa orquesta parece una tribu’. Yo lo escuché y el nombre me pareció apropiado. Nos bautizamos como La Tribu y dejamos que el tipo de Cubaney se quedara con el nombre Los Virtuosos, que más nunca sonó.
—¿Cómo llegó La Tribu a Colombia?
—Gracias a un empresario llamado Larry Landa. Yo había oído hablar de Colombia desde muy joven, porque me gustaba mucho la cumbia, pero nunca creí que la conocería. Cali fue la primera ciudad que visitamos. Llegamos como a la 1:00 de la madrugada y en el aeropuerto estaba un tumulto de gente, la prensa, los fotógrafos, la televisión, casi toda Cali. Y nosotros, incrédulos: ¡Dios mío! ¿qué es esto?, dije. Al día siguiente, a las 7:00 de la mañana en el Hotel Petecuy, recibí la llamada de un locutor llamado Miguel Ángel Álvarez, quien me estaba invitando a su programa porque nosotros teníamos 10 canciones pegadas y el público nos reclamaba. Casi me voy de espaldas. En la noche nos llevaron al Coliseo Evangelista Mora, y eso fue la locura. Ahí no cabía una aguja. La segunda ciudad fue Buenaventura. Después fuimos a Barranquilla, por medio de un empresario llamado Rafael “El Capi” Visbal, quien me sugirió la idea de escribir el merengue “Frutos del carnaval”, con el que ganamos Congo de Oro.
—¿Cuál es la verdad sobre los coros nasales que utilizaban ustedes? ¿Los inventó Johnny Pacheco?
—Ni Pacheco ni nosotros. Yo recuerdo que La sonora matancera acostumbraba a utilizarlos. Después se los escuché al Sexteto Favorito y luego a Los Compadres. De ahí los copié con Los Ahijados y luego los trasladé a Los Virtuosos. Pero se me ocurre pensar que Pacheco copió el coro de Caíto (uno de los vocalistas de La sonora matancera), el del Sexteto Favorito y el de Los Compadres y se lo colocó a todas las producciones que hacía, lo que pareció una creación suya, porque la verdad es que él adquirió mucho poder con el sello Fania, hasta el punto que revolucionó el son montuno, llamándolo “salsa”, como se le sigue llamando aún.
—Usted criticaba en sus canciones al imperialismo yanki, pero terminó viviendo en Estados Unidos...
—Porque tampoco soportaba al gobierno dominicano. Entonces, mi esposa me propuso mudarnos para Estados Unidos, mientras pasaba el gobierno de Joaquín Balaguer, quien duró 8 años en el poder, un tiempo en el que nunca regresé a Santo Domingo. Después de eso, volví a mi tierra, pero regresé a Estados Unidos en donde no ha sido tan fácil seguir haciendo música, porque hay bastante competencia, pero vale la pena estar allá.
—Usted ha dicho que de todo lo que ha hecho, lo que más le gusta es la música de Los Ahijados, ¿por qué no reúne nuevamente al grupo?
—Porque no sé cómo recibiría la gente un trabajo hecho con guitarras y sones cubanos en esta época. Claro, si me dispongo y hago las cosas bien, creo que a la gente le tiene que gustar. Yo dije, cuando conformé a Los Virtuosos, que algún día retomaría la guitarra. Y es posible que antes de morir lo haga.

NUEVOS CAMINOS LATINOS

Hace cinco años, desde los estudios de grabación de la RMM, el productor neoyorkino Sergio George, mediante una llamada telefónica, invitó a Cuco Valoy a que participara en la regrabación de una de sus canciones más exitosas. La nueva interpretación estaría a cargo de un recién nacido trío de jóvenes cantantes llamados DLG (Dark Latin Groove), cuya voz líder, Huey Dunbar, ya tenía grabadas las primeras estrofas de la canción.
—¿Tú estás loco?— preguntó Cuco al cantante cuando escuchó su canción interpretada en tonos más altos que los que él había utilizado en 1978 acompañado por Los Virtuosos.—Yo no creo que pueda alcanzar esos tonos.
—Sí puede —replicó Dunbar—. Se lo digo porque sé que usted es un zorro y tiene sus mañas para acomodarse a los tonos.
El momento de la grabación llegó, y a Cuco Valoy no le quedó más remedio que desempolvar sus estrategias secretas en eso de dominar melodías y meterse en el bolsillo a los ingenieros de grabación.
“Ahí voy”, dijo mentalmente. Y ahí fue:
“Ahora comprendo que fui/ un hijo desobediente/ que mamá tenía razón/pero yo era un inocente...”
Octubre de 2002


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