La humanidad y los Inframundos


Los hombres como sociedad han llegado a sumar masas ingentes de seres, que se agolpan en ciudades y poblaciones rurales, en los distintos países del orbe. Cada fragmento de sociedad posee su cultura y su particular visión de mundo, su pensamiento, sus principios y normas.
El hombre y su devenir. Toda una historia de proezas, glorias y barbaries. Una historia que se remonta, si buscamos los albores de la civilización, a unos 12 o 13 mil años, y de los cuales el hombre apenas tiene vislumbres, que le han proporcionado los hallazgos arqueológicos y las referencias de las obras sagradas de las distintas culturas, que, incluso, el hombre y su ‘racionalidad’ cree míticas, producto de su sorprendente imaginación. Una imaginación que le ha proporcionado los alcances de la magia de la tecnología, la escritura y realización de verdaderas obras de arte, como también obras de ingenio en la ingeniería y la arquitectura y toda la gama de saberes que hoy se maneja.
De verdad que es fascinante, pero pese a esa fascinación por las maravillas de la que es capaz el hombre, es más sorprendente aún la capacidad autodestructiva y su condición miserable. El hombre oscila entre lo sublime y el horror. A pesar de principios y normas, la sociedad se deslinda en los terrenos de lo amorfo.
El hombre es un ser que mata por placer a sus semejantes, arremete sin piedad contra la bella y majestuosa creación de Dios.
La prensa y los telediarios gritan la infamia del hombre, muestran sus escenarios, la manifiestan.
En el ser humano prima la maldad, la envidia, la maledicencia, la codicia, el desequilibrio, la ceguera, la estupidez, la insolidaridad, la mentira, el robo, la estafa. Todas sus negras y bajas pasiones se oponen al bien, a la fe, a la generosidad, a la mesura, a la visión y contemplación de Dios, a la inteligencia, a la hermandad, a la verdad y a la honestidad.
En verdad os digo que los hombres verdaderos (la especie: varones y mujeres) son pocos, muy escasos en una sociedad que está en los 7 mil millones de habitantes. ¡Qué desproporción, que lástima!
Cada vez que pienso todo esto me digo -y siento mucho pesar- que los pocos hombres y mujeres de Dios, que habitan en esta sociedad, conviven con los seres de los Inframundos.
Amigo, amiga, mira, ahonda en tu corazón y cerciórate si hay en él luz u oscuridad. Si encuentras plomo y sombras, y crees que eres digno de ser una criatura de Dios, saca ese plomo del templo-corazón e invoca la luz, y llénalo de oro. No te quedes en esas terribles mayorías, sitúate en la inmensa minoría. El corazón es el espejo de tu ser, él refleja lo que hay en ti, y tú decides lo que quieras que haya en él.


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