Volver a ser héroes


Sabemos que algo marcha mal en nuestros días, los recientes acontecimientos indican que no somos tan íntegros como creíamos.

Pocas son las personas que sienten que pertenecen a algo mayor que ellas mismas.

Nadie confía en el Estado, al contrario, se ve como válido y encomiable hacerle timo. La frontera de la ética se vulnera y es ya costumbre que al lado de la ley se ponga la trampa. Todo tiene un precio.

Esta cosa de atajar a los otros, de meterle el pie porque nos derrotan si llegan a sus metas, esta falta de “neuronas espejo”, esta manera de ver a todos como adversarios, esta forma de actuar cuidando más a nuestras reputaciones y menos a nuestras conciencias, esta tendencia a “tener” y a “ser alguien” antes que a servir, esta incapacidad para entender lo verdaderamente importante; hace que no le hallemos significado a la vida.

El mundo está inmerso en la dictadura del mercado (la alienación de las sociedades capitalistas avanzadas) y la dictadura de la identidad (los diversos tipos de fundamentalismos, credos e ideas reaccionarias). Ambas dictaduras nos ponen alertas para el litigio y la confrontación.

Las instituciones de las que dependen nuestras comunidades son ahora cuestionables. Todo es vocablo de neurosis y vano disfrute. El poeta mexicano Ricardo López Méndez, lo advirtió a tiempo: "Tú hueles a tragedia tierra mía: y sin embargo ríes demasiado".

Cuando Jean-François Lyotard habló de la caída de los grandes relatos se refería a que ninguno (cristianismo, comunismo, capitalismo, salafismo u otros tantos dogmas) nos dan hoy sentido.

La historia de Occidente es la historia de un error, un extravío. Nos hemos alejado de nosotros mismos al perdernos en el mundo.

La mística y a la poesía fueron marginadas a lo raro y anormal por el imperio de la ciencia y la lógica, de paso desterró al hombre del cosmos.

"Hay que empezar de nuevo", es la propuesta de Octavio Paz. El Nobel nos pide a cada uno convertirnos en un Gilgamesh, en un Sinué El Egipcio, en un Mahoma, en un Robin Hood, en un Lautaro, o en un Atahualpa, o en un Hijo Pródigo. Volver a ser héroes en medio de nuestra cotidianidad. Héroes, así sea estropeados. Hay que recuperar el sendero.

En medio de este horizonte desalentador debemos afrontar a los guardianes del umbral, el viaje puede hacernos morir. La aventura se lleva a cabo en el submundo o en un ámbito sobrenatural de terrores y maravillas, dioses y demonios (propios o extraños).

Paz nos invita a emprender el viaje de la vida tal como es: un viaje con infinitos imprevistos. “Hay que despertarse para descubrir que el sueño es sueño”, dijo Jung. Debemos ser héroes y nuestra iniciación requiere que afrontemos pruebas.

En el punto más bajo de nuestra ordalía debemos afrontar nuestro desafío: matar al dragón, hallar algún bien, rescatar a la princesa o encontrar el tesoro. Hallar la paz o seguir matándonos.

El héroe debe sacrificar los beneficios sobrenaturales de su triunfo personal y volver con su “elíxir”. Este retorno es la verdadera justificación y finalidad de todo su viaje: tanto la sociedad como el héroe necesitan renovación espiritual y él debe devolver el beneficio a sus semejantes, ya sea la familia, la aldea, o la nación.

No obstante, la única forma de ser héroes es continuar siendo jóvenes. Quizá por eso el fin de una civilización es más sentido por los jóvenes que no quieren resignarse nunca al derrumbe de lo absoluto. Son ellos los que ven la luz del amanecer con mayor esperanza.

No me refiero a los jóvenes mancillados por la idiotez, la distracción vacua del goce, la ordinariez mediática y consumista y las ideologías. Me refiero a los jóvenes incólumes, los que aún son rebeldes, capaces de transformar el entorno y sus propios destinos. Esos no lucharán en vano.

Esos jóvenes creen, como el poeta Salvatore Quasimodo, que: "el hombre aquel que en silencio se acerca / no oculta entre sus manos un cuchillo, / sino una flor de geranio".

Emil Sinclair, el adolescente de la novela Demian de Hermann Hesse, nos dice:"Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas, sabe a disparate y confusión, a locura y sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose a sí mismos".


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