Un brindis por la FNPI


Esta semana la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabo cumplió 20 años de labores. Fue el mejor legado que nos dejó por fuera de su magnífica obra. Lo digo por el constante trabajo de su equipo en pro de la experiencia, la excelencia, la ética y la innovación en el periodismo en español y en lengua portuguesa.

Me he sorprendido al saber el número de asistentes en más de 500 talleres, seminarios, premios y coloquios. Han sido más de 35.000 los periodistas venidos de todos los confines, sin contar los convocados en la red en el mundo.

Pero no sólo se trata de una entidad que conglomera a periodistas para hablar de sus temas, sino se trata de una entidad que ha logrado transformar el quehacer en todo el orbe. ¿Qué sentido tiene reunir a los periodistas en una sala durante varios días y que salgan a buscar historias en las calles? La idea es trabajar como si estuvieran a pocas horas del “cierre”; es un gran simulador de vuelo en el que el cronista llega a exigirse a sí mismo y termina afinando sus herramientas y adquiriendo destrezas.

Pero, ¿qué sentido tiene si la realidad que cuentan los periodistas es contingente y se evapora en el aire con el paso de los días? ¿Qué sentido tiene buscar la excelencia si la importancia de dicho trabajo desaparece en el mar inmenso de información del mundo actual? Precisamente Gabo nos enseñó que hay un periodismo fungible y otro periodismo que deja resultados apreciables a largo plazo.

El gran cambio que hizo la Fundación al periodismo mundial fue cambiar la noción sobre oficio. No se trata ya de contar al desgaire las historias ni mucho menos subrayar los rasgos de espanto con el fin de atrapar al lector “cueste lo que cueste”. Se trata, antes que nada, de imprimir a lo contado el absoluto rigor de los datos, de respetar la naturaleza de los hechos; y, al tiempo, de modelar lo contarlo de una manera estética. Estas cosas le dan a la pieza periodística dos características formidables: belleza y blindaje.

En los talleres los asistentes terminan entendiendo que se tienen que despojar de la preceptiva y la vestimenta que traen de las universidades así como de las técnicas de garrapatear que allí les inculcaron. Porque, y eso lo sabía Gabo, lo doloroso es que en las facultades quienes enseñan a los periodistas el oficio de escribir no han pasado un día entero de sus vidas en una sala de redacción (aunque hay excepciones destacadas). Por eso el taller en verdad un “anti-taller” en el que se va a “desaprender” con la ayuda de un maestro excepcional.

Gabo sabía que este oficio, al que llamó “el mejor oficio del mundo”, mantiene su potencia y su lozanía cuando vuelve a sus orígenes verdaderos: la literatura.

Desde su creación en los bares ingleses el periodismo sirvió para llevar a las personas información útil con el fin de que tomaran decisiones importantes en sus vidas. Hoy se puede ofrecer esta función dando al tiempo una porción de belleza. Por eso una buena crónica puede informar llevándonos al corazón de la tragedia pero al tiempo enriqueciendo nuestras vidas.

La Fundación ofrecer a las redacciones los periódicos del mundo iberoamericano la posibilidad de una verdadera escuela. Escuela en donde se replica de manera literal el ambiente de la antigua redacción de El Universal, ubicado hace décadas en la calle San Juan de Dios. Gabo quería recrear en esos talleres el ambiente en donde él aprendió de la mano de su maestro Clemente Manuel Zabala, ambiente en el que el grupo de redactores discutía sin presión hasta altas horas de la noche los pormenores de la ciudad y el país, y sobre todo, las mil quinientas formas posibles de escribir un artículo. Lo logró.

Que yo sepa ningún escritor del mundo había emprendido antes una empresa como esta de tanto relieve en sus resultados. Pues es el mejor regalo que le se pueda dar a las nuevas generaciones de periodistas y escritores.

La Fundación ha cumplido su aspiración y la verdad es que esos logros no sólo se deben a la imagen de nuestro premio Nobel sino también a la confianza que proyecta su timonel, Jaime Abello Banfi, quien ha estado al frente todos estos lustros como director general y cofundador. Sin dudas Jaime ha mantenido un espléndido grupo de maestros que puede continuar con el legado. Por eso felicitaciones en sus 20 años y felicitaciones también al otro Jaime, el octavo de los hijos del telegrafista de Aracataca, quien está al frente de la dirección de relaciones institucionales, en él por azar genético todos escuchamos la voz de Gabo y de paso vemos su encarnación.

También a Germán Mendoza Diago, editor general de El Universal, quien por parte de la Fundación recibió esta semana un homenaje merecido por su aporte al periodismo regional y nacional. Así mismo felicitaciones a Ricardo Corredor, a José Luis Novoa, a Stephanny Rúa, a Yamile Chamorro, a César Ortiz y a otros que se han vinculado recientemente a este grandioso proyecto. Un brindis por esta Fundación, un brindis con corazón verdadero.


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