García Márquez, el hombre invisible


Llover sobre una idea que le escuché ayer a Gabo, en una de las múltiples entrevistas que concedió a mediados de los noventa. Decía que si pudiera rechazaría la muerte de plano, pero dado su carácter inevitable, lo que le gustaría sería mirar la vida desde la muerte, “por un huequito”.
Me hizo gracia porque ha sido una de las aspiraciones más antiguas, ya no la inmortalidad, sino ver sin ser visto. Ese es, por no ir más lejos (como al Antiguo Egipto o a Babilonia), el tema del hombre invisible, la novela escrita por H. G. Wells cien años antes de que se produjera aquella entrevista que aceptó el autor de Crónica de una muerte anunciada. Todavía no sé por qué pensé enseguida en Griffin, ese hombre invisible de Wells que según Borges “es nuestra soledad y nuestro terror”.
Es decir, puestos a escoger circunstancias post-mortem, García Márquez elegiría ser espectador. Lo que a su vez significa no morir nunca, o no del todo, para ser testigo de la historia. Porque realmente lo que Gabo hace es otra metáfora de la eternidad, conservando su noción de ser, no vivir entre los vivos, sino entre los muertos viendo la vida.
Tiene su interés esa afirmación. El juego, ese doble movimiento que comentaba el escritor, confirma además que aquella idea la estaba acariciando hacía bastante tiempo, quizá para un cuento. No surgió, y eso se ve, de manera espontánea a la pregunta de la periodista valenciana que indagaba sobre cómo le gustaría a él morirse.
Gabo saltó enseguida hacia el extremo contrario al de la muerte: lo perenne. Puede que en eso consista ser un maestro en cualquier arte; no sólo hay que darle la vuelta a las cosas, se trata de ver su opuesto, y al mismo tiempo observar todo lo que hay entre esos dos puntos equidistantes. De lo que se trata, en definitiva, es de asociar para entender, en este caso para narrar. Y con ese espejo o mapa del mundo decir lo que se quiere, no lo que el otro quiere escuchar. O sea sin el influjo de un condicionante externo como por ejemplo una pregunta aviesa de una periodista que busca un titular para su programa de televisión.
Hablamos de un todo. Ver la vida sin ser visto es otra manera de convertirse en Dios, pero también de emular a un lector cuya mirada se desplaza por eventos reales o ficticios, a través de situaciones que son comunes a todos los seres humanos.
Gabo, para decirlo en otros términos, quería seguir siendo un lector feliz más allá de su muerte. Probablemente lo haya conseguido. Quizá es ahora ese hombre invisible que nos mira sin que podamos verle, y que apenas recuperamos cuando leemos la pasión que hubo (que no es menos real que la de cualquiera) entre Florentino Ariza y Fermina Daza, los hechos y razonamientos que procedieron a Aureliano Segundo y a Fernanda del Carpio. O cuando leemos directamente la Colombia de sus crónicas y reportajes periodísticos.
Cuando se filmó esa curiosa respuesta García Márquez estaba escribiendo su libro Noticia de un secuestro, en Cartagena. Sabemos que Gabo historió el pasado, registró vidas reales e imaginarias, pero creo que él habría querido, también, historiar el porvenir.


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR