Déjà vu: entre la puesta de sol y el amanecer


Un intenso frío abrazó la Tierra, el Sol llevaba años desaparecido ; por consiguiente, la oscuridad y los temores deambulaban como aquellos que ya no respiraban. Sin vida vegetal, sin claridad, sin resplandor, la Tierra se habìa detenido y las esperanzas se habían esfumado.

El universo en sí proporcionaba lo que no se tenía acostumbrado por las noches, que ahora eran noches infinitas. El día se había escondido y al mismo tiempo había invitado a todo lo que le pertenecía a la Tierra, a jugar un rato a desaparecer. Nada más gratificante para el universo, saber que estaba resurgiendo y que todo estaba conspirando por fìn para su propio ser.

Eran tiempos de estrellas y de colores oscuros. El momento de lo infinito y aunque la Luna y todas las sombras destetaban estas épocas, pequeños animalitos funcionaban sin aire, era extraño verlos como si nada, pero eran tan comunes, que me recordaba cuando veía a las aves posar sobre cableados. Ahora pequeños bichitos luminosos andaban por doquier; mientras, las almas eran más frágiles, los temores más fuertes y la valentía más cobarde.

Era algún siglo, un siglo donde la oscuridad no conllevaba dinero ni placeres, solo mares congelados con especies que llevaban otra clase de vida. Recuerdo cuando se decía que era imposible, pero las infinidades ahora sorprendían.

Cuando vi lo que un día fue mi refugio, vi eternidad y belleza. Nada me aseguraba que allí no había vida. No podía refutar lo que el universo estaba diciendo. El paisaje ahora era oscuro y transparente como el hielo, con otros colores que yo había visto. Era otro arco iris, otros océanos, era la otra cara del universo, era algo que nunca acaricié, era un nuevo comienzo.

Solo pensaba en que apareciera el Sol, porque mis planes y mis sueños me llevaban a un déjà vu constante: ver ese hermoso ocaso que vi por última vez y tener la esperanza de que volviera amanecer.


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