Moto-taxismo: la rebelión cartagenera


En el año 2006, sin poder recordar exactamente el día, fui abordado por una moto que de forma diplomática me arrebató el celular de media gama que por esas épocas poseía; los miedos por ser atracado eran distintos, está claro, el susto es casi el mismo o quizás peor, es más, ahora ya no existe tal diplomacia con la que fui asaltado 11 años atrás, hoy no dudan en otorgarte un disparo sin por lo menos cruzar una palabra, o cruzarte los órganos sin que te des cuenta; si algo inteligente he hecho en la vida, es no haberme opuesto a tan bajo acto del atraco a mano armada frente a los ojos de mi hermana y la fachada de mi hogar. Trago amargo que tocó sanear con el tiempo, mientras mi pálido rostro recuperó el color desde ese momento hasta ahora. Así, es sabido por todos que la seguridad que antes existía –si es que alguna vez existió- en estos momentos, solo queda en leyendas.

Es feo e incómodo entrar en los prejuicios y señalamientos, no es para nada profesional usar la escopeta del dedo índice y empezar a disparar calumnias, pero el criterio de la razón tiene un vuelco cuando te ha raspado la lija áspera de la experiencia, y entonces toca con todos los argumentos, dar fe de tu testimonio y empezar a espantar a aquellos que defienden a capa y espada sus propios juicios. El tema del moto-taxismo es un tema complicado; grueso, espinoso, complejo, difícil; póngale la palabra que quiera, siempre le quedará corta, es apenas lógico, en una ciudad de empleos limitados, en un país de complicada empleabilidad, donde usar una moto, es casi que la salvación para la miseria y el hambre.

Lastimosamente, se le han asociado lo peor de la escoria al ejercicio desesperado del moto-taxismo: delincuencia, sicariato, atracos, fleteos, pésima forma de manejar, irrespeto, irresponsabilidades… y así, la lista se alarga dependiendo de las diversas experiencias –sin generalizar, dejemos eso claro, muy claro- y el carrusel de desgracias que ha traído este vehículo que soluciona las pobrezas de algunas familias, esas que antes no tenían absolutamente nada, y ahora, gracias a la moto, tienen por lo menos algo que llevar al estómago.

Pero es ese mismo gremio del moto-taxismo, el que carga con la pésima fama que se les ha concedido, el incompleto esfuerzo para mejorar, ha desatado la cólera de muchos habitantes de esta ciudad de muchas alegrías –me refiero al dulce, claro está-.

Que este secreto no salga de los barrios, pero a muchos motorizados les han demostrado su participación en actos delincuenciales, y esos que no han sido involucrados –y que merecen un aplauso- saben quiénes son, sin embargo, no han podido entregarlos a todos; no es secreto, y que tampoco salga del corral, que la legión de ejemplares moto-taxistas han puesto ante las autoridades a aquellos que usan el medio para el masivo despojo de las cosas ajenas.

Como ven, hay un sector que usa las motos para el intenso acto del hurto, otros, la usan para honradamente, sobrevivir; menudo problema, complicada contradicción. Como es claro, dentro del mismo gremio, muy en el fondo, casi rozando las paredes de su núcleo, también existen cualquier cantidad de discordias, sin mencionar la conducta y forma de maniobrar de algunos moto-taxistas, eso, es otro tema que naturalmente hace parte de éste, pero se extendería demasiado, hablar del comportamiento individual, es un huesito jodidamente durísimo de roer, y un asunto que tocar con finas pinzas.

Como lo dije antes, y como lo recalco ahora, existe una gran parte de gente honesta que se gana lo poco que consigue calentándose en una moto, pero también hay otra parte que usa el mismo sistema para cometer hechos delincuenciales ¿Cómo actúa uno ante eso? ¿Tiene uno la capacidad de cortar de un tajo el trabajo del otro porque me da la gana? ¿Qué hacer con aquellos que han visto la luz con este instrumentos de dos ruedas? ¿Quién las regulará?

Esto no es una carta de alabanza a todos aquellos que se ponen chaleco y casco, el desorden que vive esta ciudad, es por la culpa de ellos mismos; parte del descontrol que padece Cartagena es por la irresponsabilidad y poco sentido común al manejar que tienen algunos que viven del moto-taxismo; así mismo que los taxis, que algunos políticos, algunas empresas, entre otros más; está claro: algunas personas son apáticas a la organización, y desean realizar las cosas a su criterio, como si la galaxia tuviera un único soberano.

Este tema –el moto-taxismo- es pie para entrar a otro, es un eslabón de la cadena, de todo ese ramillete de situaciones que carga la ciudad. Muchos apoyan el quite definitivo de este sistema, pero si bien las mentiras no caben ni aquí ni en ninguna parte, las motos, de alguna u otra forma solucionan el transporte de muchos en este corralito de orinadas murallas; el flagelo de la delincuencia persigue al gremio, y ha calado tanto en todos ellos que naturalmente les ha dañado –más que el negocio- una complicada y trabajada reputación.

La paradoja de las motos, va mucho más allá que un mal necesario –decir “un mal” es algo exagerado, a más de uno (así no lo quiera aceptar), incluyéndome, le ha hecho un bien-, el transporte ilegal como es llamado a las moto-taxis y la delincuencia que es llevado a cabo en motos, son dos temas que al final llegan a un mismo punto, unos lo usan correctamente, otros, hacen de Cartagena un caluroso infierno con la misma herramienta. Esto se ha convertido en un acto circular del desorden, han llegado a tener tanto poder que si les da la gana de parar la ciudad, lo hacen, y queda uno como un afectado espectador de la situación.

No se puede definir folclóricamente el hambre y calidad de vida de las familias que sobreviven con el moto-taxismo, yo, he escuchado los testimonios de gente honesta que vive de esto, y no es –para variar- nada fácil; mi persona también, como lo mencioné al inicio de todo este escrito, ha sido víctima de aquellos que usan el moto-taxismo para realizar sus acciones descarriadas, y lo único que me nace decirles, es que busquen de buena forma, otra manera de ganarse la vida.

Deben encontrar una solución a todo este inconveniente; no es un secreto que de esta actividad dependen una cantidad de personas, pero mucho menos que esta ocupación ha traído desmanes a la ciudad por muchos años, si bien el beneficio no es particular, acá debe llegarse a un acuerdo donde todos se favorezcan; lo anterior, es algo divinamente utópico, pero eso no es más que otra cancioncita que deberán bailar los patrones de la ciudad, y ante ese hecho queda cruzar los dedos para que todo llegue a buen término, y que por lo menos esta ciudad empiece con una nueva cara en cada despertar.


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