Los rostros del domingo


La imagen se repite en cada lugar de Cartagena. La realidad, que se antoja despiadada, se combate con la mejor arma: ojos de acero y una sonrisa.

 

En Cartagena el domingo dura toda la semana. Los días están disfrazados de lunes o martes, y la gente se ocupa en los oficios que implica el nombre de esos días. Pero el domingo se oculta en cada uno de ellos.

El domingo es la representación de la rebeldía propia del Caribe. Cada tragedia o acontecimiento que perturba el alma es mitigado por ese célebre día, en el que el acordeón vallenato o el timbal salsero abren paso a un olvido efímero que aparta las preocupaciones y promueve las emociones de un partido de sóftbol, de fútbol, o de bate de tapita y caucho.

 

El domingo es un día sosegado. Se distancia de la algarabía del viernes y del galopante sábado, se sumerge en la pausa conceptual del fin de semana y parece lejos del agobiante lunes, en el que los tormentos sociales resucitan.

Por eso toda novedad es excusa para hacer de cualquier día un domingo. Hace tiempo, en Barranquilla hubo un martes “reposadamente dominical” a causa de una vaca que invadió una vía e hizo de la jornada, contada por un joven Gabriel García Márquez (1951), un espectáculo que quizás se habrá sumado a las bases del realismo mágico que nacería luego para hacerse corriente literaria.

Pero la genética del domingo se descubre en el rostro de la gente, aunque sea la música y el ambiente festivo el que nos despierte la consciencia del séptimo día.

El alma del domingo, el día de la resiliencia, se refugia en los ojos y en la sonrisa. Ese es un concepto que aprendí con los primeros años de recorridos por barrios y calles de Cartagena, tras escrutar cientos de rostros afectados por circunstancias tan variadas como la vida misma.

 

En ojos de acero se refleja el espíritu de negación y supervivencia de aquel que acaba de perder su vivienda tras un colapso de las estructuras, en el barrio Boston. La tragedia lo sumerge en un pozo de incertidumbres y amarguras por la certeza de haberlo perdido todo. Pero esos ojos de acero remarcan la serenidad del domingo, aquella que le recuerda que las pérdidas son materiales y que el dolor perecerá en los surcos del tiempo, vestido de recuerdos que marcarán el antes y el después de un nuevo comienzo. Los cimientos de la casa volverán a forjarse con el trabajo propio y un poco de la solidaridad de vecinos y amigos, mientras, la desgracia se distrae con la risa inocente de una bebé que juguetea con un polluelo amarillo.

 

La risa es también el caparazón con el que los vecinos de un sector de las calles altas de San Francisco ocultan la indignación por la indiferencia de las autoridades para atender sus quejas. Las mujeres, con pica y pala, pasaron a las vías de hecho para recuperar un espacio que en las noches se tomaban los jóvenes descarriados por la drogadicción y el pandillismo.

 

Con humor de domingo regresaron las familias afectadas por el fallo geológico que desplazó a más de mil personas del sector Lomas de San Francisco entre 2010 y 2011. Cansadas por el incumplimiento de promesas de indemnización, las familias retornaron al lugar donde antes se imponían sus viviendas con la intención de alzar nuevas casas de madera.

En el lugar queda poco rastro de lo que fueron manzanas pobladas de estructuras de concreto y a pesar de la tragedia colectiva, allí se respira el típico ambiente de paseo dominical. Las tareas están distribuidas entre los que construyen sus nuevas viviendas con palos y tablas y quienes, con fogón de leña improvisada, cocinan el almuerzo.

 

Es el espíritu de la resistencia de una comunidad que no se resigna ante sus males. De nuevo, la sonrisa inocente de los niños evoca el aura relajado y alegre con el que el Caribe ha aprendido a sortear su inexorable fortuna.

No importa la dureza de la semana, el afán del lunes o la celeridad del jueves, siempre habrá un domingo para amansar la fiereza del camino y, en las calles de Cartagena, un picó con música jíbara para alejar el caos de una ciudad que en la semana se pierde en la desesperanza. El domingo es el rostro de los que no se rinden.


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR