Habitación. Relato.


-Mira, si te fijas bien, puedes ver cómo titila la última chispa de luz. Parece imperceptible, ¿no?.
Parece una de tus lágrimas sin más ni centro que titila hasta el encandile y se refracta en las paredes del vidrio. Lo veo mientras te escucho sozollar entre dientes y lanzar uno que otro agravio al universo por no parecerse a ti. Si adviertes en mi silencio el deseo de verte reaccionar y girar hacia el paisaje que moldeo a las circunstancias de esta habitación tan estrecha, entonces este lugar que va quedándose a tientas tendría razón de ser; entonces yo existiría y valdría poco los minutos que ya no me alcanzan para abordar el tren y perder, una vez más, mi regreso a casa.
Si prefieres, además de no mirarte, que calle y me desvanezca, que me anule y postre a un costado en la habitación, lo hago. Me mantendré cerca a la ventana, y de ver el primer rayo de sol no habrá poder humano que me impida peinarte y decirte, como siempre, que ya pasó ¡ah, te sonríes un poco, me imagino!.

Mientras tanto, sigo mirando lo que apenas destella en esta habitación donde vinimos a dar.
El vidrio está caliente y el silencio se hace menos sórdido si recreo el crujir del pabilo.

-Sé que caminas cerca, que te abstienes un poco por terquedad y otro tanto por ingenuo. Sé que te secas las lágrimas; que te preguntas por qué me has traído hasta aquí, con qué derecho.
Me asomo por entre tus cavilaciones chasqueando un poco los dientes, como recordándote mi presencia.
-¿tengo que recordarte tantas veces que también vine contigo? Musito.

La habitación sigue igual y todavía falta para que la mañana despunte.


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