El beso de Poncho y Silvestre


El sábado pasado, durante el cierre del Festival Vallenato, Silvestre Dangond y Poncho Zuleta protagonizaron la escena de un beso en tarima. Un beso fraterno, filial, alegre. No el beso de dos hombres que se desean físicamente, sino el de dos hombres que se profesan un gran afecto mediado por la admiración mutua.

De inmediato la escena disparó en redes sociales comentarios homofóbicos, ofensivos y odiosos, en contra de ambos cantantes. Si se hubieran dado golpes, no habría habido problema, pero como se dieron un beso, entonces hubo polémica, porque en este país se acostumbra que los hombres se agredan, se hieran, se maten, pero resulta escandaloso que se demuestren afecto.

Los comentarios suscitados en redes sociales a raíz del beso son un síntoma de que como sociedad, todavía debemos trabajar en el abandono de los prejuicios en cuanto a las demostraciones de afecto públicas y privadas entre hombres. En este país, a los hombres, a lo sumo, se les permite darse la mano o ese remedo de abrazo en el que se chocan el pecho y se golpean la espalda. Estos gestos, más que demostrar afecto, son maneras de medir el poder, la fuerza. Cuando nos saludamos de mano, a ver quién aprieta más, cuando nos damos un abrazo, a ver quién golpea más fuerte en la espalda.

Entonces el único momento en el que muchos hombres de este país se permiten expresar el afecto hacia sus congéneres, es en situaciones en las que media la ingesta de alcohol. La depresión del sistema nervioso permite que afloren los sentimientos más amables entre los hombres y sucede lo que el sábado en tarima. Poncho, evidentemente en estado de alicoramiento, le pide un beso a Silvestre, porque está emocionado por el homenaje, porque lo ve como su heredero musical, porque son amigos, familia, porque lo quiere.

Pero como en este país todavía se asocian las demostraciones de afecto entre hombres como símbolo de debilidad o como actos que comprometen la sexualidad, un beso entre amigos genera las reacciones de intolerancia, reproche y burla que vimos inmediatamente en redes sociales.

En Colombia, padres e hijos, hermanos, amigos, desarrollan relaciones en las que no intervienen las demostraciones de afecto, ni físicas, ni de palabra, y por supuesto esa distancia no permite un verdadero acercamiento que promueva el desarrollo de una intimidad filial en la que se sientan menos solos en el mundo.

Las relaciones entre hombres en este país están marcadas por la socialización exclusiva de la fuerza y por la obligación de reprimir y ocultar las debilidades. ¿Cómo no van a ser históricamente violentos entre sí unos hombres que tienen socialmente prohibido demostrarse que se quieren? ¿Cuántos años llevamos dándonos plomo y negándonos un abrazo?

Desde pequeños, a los hombres de este país se nos educa, incluso por las madres, con la típica frase “los niños no lloran”. ¿Cómo no van a actuar de manera violenta los hombres que consideran que llorar es una vergüenza? ¿Qué pueden saber de amar, incluso a sus parejas, unos hombres distanciados de sus sensibilidades, acostumbrados a pensar que permitirse vulnerabilidad es renunciar a su lugar social de privilegio, perder valor, comprometer la hombría, exponerse a ser herido?

Hay mucha soledad en ser hombre en un país como Colombia y hay tanto que los hombres callan y temen compartir. Esos episodios a los que le restarían importancia si pudieran manifestarlos. Un incidente de impotencia, examinarse la próstata, la presión de un matrimonio, los hijos, el trabajo, tener que proveer a como dé lugar para mantener un hogar. Pero los hombres no se atreven a compartir estas presiones con otros hombres sin temor a ser juzgados. Los hombres creemos que lo único que podemos contarnos entre nosotros es lo que consideramos triunfo; cuántas mujeres hemos llevado a la cama, cuando polvos nos echamos en una noche, cuánto dinero ganamos, cuánto trago somos capaces de resistir sin caer al suelo.

El nuevo siglo exige a los hombres iniciar una revolución, la liberación masculina, la liberación de las emociones, inventar nuevas formas de masculinidad, con mayor disposición para el afecto y menos para la agresión.

Por eso celebro el beso de Silvestre y Poncho y celebro que se lo hayan dado en un escenario de tradición machista como la tarima del Festival Vallenato. Que sirva este beso como mensaje a todos los hombres, que nos invite a descansar de la eterna fachada de fortaleza y a permitirnos con hijos, padres, hermanos, amigos, sin tener que emborracharnos, instantes de fraternidad como los de Escalona y Jaime Molina. Los hombres que no temen demostrar sus sentimientos se sienten menos solos, son más amables, menos violentos y mejores ciudadanos.

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